/ sábado 2 de noviembre de 2024

Altares de vida

La fiesta tradicional es una de las expresiones más importantes de la cultura popular: expresa diferentes maneras de ver y concebir la vida en las comunidades rurales y urbanas que habitan en Veracruz. Revela armonías y contradicciones en el interior de las sociedades al conjugar, en un solo acontecimiento, los elementos más importantes: religión, economía, y organización política y social: los ingredientes esenciales de la identidad cultural.

El universo festivo es vasto y complejo, caótico en apariencia, pero dotado de una profunda lógica en la que entran en juego las creencias religiosas, el conocimiento de los ciclos agrícolas o la necesaria distribución de los bienes económicos. Vista de este modo, la fiesta ciertamente interrumpe el ritmo cotidiano de la vida, pero no para oponérsele, sino para intensificar y consolidar las estructuras sociales de la comunidad.

En “Fiestas Populares en Veracruz”, del Instituto Veracruzano de Cultura IVEC Serie Tradiciones, se opina que la fiesta nos recuerda los ciclos renovados del tiempo, conjuga las viejas y nuevas memorias de las sociedades transformándose a la par de estas. En ella se sintetiza el cambio y la permanencia de las culturas locales. También la riqueza de sus significados que siempre resultan un reto para los estudiosos del tema.

Tenemos de ejemplo la fiesta campesina, cuyas características son la ruptura del tiempo normal, su carácter colectivo, su tendencia abarcadora e incluyente de los elementos que la conforman, y su expresión en espacios abiertos.

En contraposición, tenemos la fiesta urbana: ésta se integra al tiempo y a la vida cotidianos, tiene un carácter exclusivo y privatizado, sufre fragmentación de los elementos que la conforman (El juego, la música, la danza, etcétera) y la consecuente necesidad de desarrollarse en espacios íntimos (según Gilberto Giménez citado por Néstor García C.“En las culturas populares en el capitalismo”)

Hoy abordamos el Día de Muertos, celebración que en el país y concretamente Veracruz se remonta a la época prehispánica. Los nahuas celebraban a los difuntos en los meses Tlaxochimaco y Chocolhuestzi, El primer mes era dedicado a los muertos “chicos” y el segundo a los “grandes” (correspondientes a los meses de agosto y septiembre del calendario cristiano) En este periodo, para honrar a los muertos se realizaba una ceremonia en la que las ofrendas eran parte fundamental.

A la llegada de los españoles a Mesoamérica en el siglo XVI, se realiza el sincretismo de costumbres religiosas, y surge la tradición que actualmente conocemos como Días de los Muertos, Los cuales se celebran desde el 30 de octubre hasta el 2 de noviembre.

Si bien es cierto que esta festividad se lleva a cabo en todo el estado de Veracruz, también debe señalarse que cada región tiene sus características propias, dependiendo de sus raíces culturales. Ejemplos hay muchos como Chicontepec, Papantla, Naolinco.

En Chicontepec ubicado en la Huasteca veracruzana, desde el 28 de octubre se dedican a preparar sus altares de muertos el 30 de octubre día de la flor se compran las flores para los altares y se elaboran los arcos con palmillas, cempasúchil, mano de león, y flor blanca.

En el altar se cuelgan manzanas, plátanos mandarinas y limas, así como pan “muñeco”. Al terminar, se truenan cohetes en señal de que ya está listo. Los alimentos se preparan el día 31: Café, chocolate, pan, patzcalli (Platillo tradicional elaborado con ajonjolí molido, chile de árbol, frijol, cebolla silvestre y hierbabuena)

También se cocinan adobos y moles; la comida fuerte debe quedar lista al mediodía, momento en que los guisos se colocan en el altar, junto con frutas, refrescos y cervezas. Se truenan más cohetes, y por la tarde comienzan a prepararse los primeros tamales para la ofrenda del día siguiente.

Por la tarde del día 3 de noviembre, las familias salen de sus casas en peregrinación al panteón acompañadas de la banda de viento, las mujeres cargan en canastas con los alimentos ofrendados, mientras que los hombres llevan coronas de listones y arcos de flores para acomodarlos en los sepulcros. Los alimentos se disponen sobre las tumbas y las ofrendas son compartidas entre familias y los vecinos.

En la ciudad de Papantla que se encuentra ubicada en el norte el estado, hoy la población venera a sus difuntos poniendo una mesa o unas tablas horizontales colgadas del techo, se coloca en el frente un arco formado por cañas y tepejilotes, se decora con estrellas de palma y se cuelgan plátanos, naranjas en ramas, limas, bollitos de anís y figuras de chocolate, entre otras cosas.

En la mesa se pone mole de pipián, cahuayote en dulce y bolillos de anís, tamales de hojas, tablillas de chocolate y en figuras, el pan típico de Papantla, de piloncillo con ajonjolí sobre hojas de plátano de castilla, y una olla de agua cubierta con un sacual, sin faltar el tradicional vaso de agua y el refino (aguardiente de la región) Es costumbre colocar sobre la mesa algunos objetos que acostumbraba a usar el difunto, por ejemplo, el machete, ropa y tabaco.

A la ofrenda se le colocan en el piso tallas de plátano, velas de cera y flores. En el exterior de la casa, se sitúa una repisa con papel picado para el ánima sola, con un pan y un tamal, una figura de chocolate, una veladora y un vaso con agua.

El municipio de Naolinco es uno de los lugares donde se lleva a cabo con gran algarabía dicha festividad. Esta empieza el 30 de octubre y es dedicado este día a los “limbos” niños que murieron sin bautizar. A partir de las 12:00 del día, en cada hogar, son encendidos cirios y velas y se ponen en las ofrendas alimentos que al fallecido le gustaban.

Hoy las ofrendas tienen arcos de carrizo adornados con tepejilote y, sobre éste, repartida en cortos espacios, la flor de cempoalxóchitl. En el arco tradicional cuelgan naranjas, berenjenas y adornos con flores de amaranto. En el suelo y frente al altar, se acomoda un recipiente de barro, en el que se quema el copal que permanece encendido toda la noche. En la pared se colocan coronas elaboradas por los naolinqueños, diestros en el oficio, sobriamente elaboradas en papel y tela.

El 1 de noviembre, a las doce del día, se empiezan a prender las veladoras para la espera de los muertos adultos: en este día se pone pan de huevo, de manteca, sal y dulce.

También los tamales de pipián, carne y frijol. Por la noche, aproximadamente a partir de las veinte horas da inicio La Cantada, que consiste en asistir a las casas donde hay ofrendas y entonar allí los cantos alabanzas escritas por los habitantes del pueblo dedicadas a santos, mártires y personajes de la región. En las casas les dan sus preparados. Antes de la visita a las casas ya han estado en el centro del panteón en la primera Cantada.

Para los ciudadanos la cultura es aquello que se adquiere en las aulas, posibilitando movilidad social y superación, mientras que lo demás es un ´accesorio´ que no es indispensable para el bienestar ni el desarrollo humano. La escuela es un lugar donde debemos procurar que los niños y jóvenes retomen esos elementos culturales de ese universo vasto y complejo como los que aquí comentamos y formen parte de su práctica cotidiana.

En esas experiencias culturales que hemos descrito hay que superar las visiones que se tienen de cultura: Colección de objetos del pasado y edificios; espectáculo para gestar lo popular- folclórico; belleza como valor máximo; un todo inasible, donde cualquier actividad tiene cabida porque es “cultura”.

En estos ejemplos sobre la festividad de muertos y otras acciones culturales más, es necesario que la escuela sea apoyada por los municipios. Establecer programas y proyectos formulados, realizados y evaluados participativamente que superen lo recreado hasta ahora. Entre escuela (Secretaría de Educación) y municipios se debe construir un modelo comunicativo acorde con las necesidades de la cohesión social, el desarrollo humano y la identidad cultural.