“Los que son judíos o cristianos saben que la crisis se remonta a la más lejana antigüedad. Comienza más o menos al comienzo, con esa historia de un árbol del conocimiento del bien y del mal, y después con la de la fraternidad humana, que es también la del primer fratricidio. El mundo está en crisis desde su origen” (Fabrice Hadjadj). Estas duras pero esclarecedoras afirmaciones del filósofo francés ayudan a entender que los desafíos han acompañado al ser humano desde su primer instante en la tierra.
Siendo ese el estado de la cuestión: ¿hacemos las paces con la crisis y la dejamos acampar junto a nosotros?, ¿dejamos de pelearnos con tantos y tan terribles problemas que nos rodean?, ¿apagamos el noticiero y fingimos vivir como si nada estuviera pasando?, ciertamente que es muy complicado dar una respuesta a todo este torbellino en el que intentamos vivir: países enteros en crisis unos con otros, crisis por pequeñeces y absurdos de líderes ególatras que se creen los dueños del mundo.
Muertos por guerras sin sentido…, afirma Hadjadj: “se puede objetar que un misterio como ese es demasiado oscuro. Como consecuencia, o bien se juega al cínico hastiado, se dice que la crisis es normal, que el horror es humano, pero eso se rebate inmediatamente: si el horror fuera humano, no nos parecería horrible […], o bien se adhiere uno a esa utopía del progreso que los totalitarismos y los liberalismos han desmentido desde hace mucho tiempo”.
Considero, pero puedo equivocarme como constantemente sucede, que no estamos en condiciones de hacerle al cínico hastiado ni al fantasioso resentido que desde la ira se adhiere a los totalitarismos que nos están explotando el mundo, estos son tiempos en los que es preciso estar alerta.
Cada persona que ha nacido en su época, tuvo que hacer frente a las innumerables crisis que se le han presentado, y si nos ha tocado nacer y vivir en estos tiempos y en estos entornos, ciertamente no ha de ser para vivir como cinéfilos que, con un buen recipiente de palomitas, se sientan a distancia. Nos toca entender, discernir, orar y colaborar.
De nuevo recurro al impresionante análisis de Hadjadj: “la dinámica de la historia se nos pone de manifiesto en la parábola del trigo y la cizaña. La historia de un crecimiento, pero de un crecimiento doble: el crecimiento simultáneo del bien y del mal, y ello de manera inseparable hasta la hora última de la cosecha”. Por fin, ¿qué vamos a hacer?