/ viernes 31 de mayo de 2024

Domingo de bajón o la abstinencia del consumo

Después de una larga semana de trabajo, el viernes nos sabe a una pequeña victoria, como si estuviésemos llegando a un pequeño escaloncito de una escalera de tiempo ilusoria.

Algunos trabajan medio tiempo el sábado, otros, muy pocos de acuerdo con el panorama del empleo en México, gozan de dos días de descanso. De acuerdo con cifras del Inegi de 2022, en México 47.4 por ciento de la población empleada labora de 35 a 48 horas a la semana, y 27 por ciento más de 48 horas; es decir 74.4 por ciento de los mexicanos trabajamos seis días a la semana.

Como sea, aunque se trabaje en sábado, ya se siente el día más ligero, la jornada menos pesada; hay una suerte de felicidad chiquita, pero felicidad al fin al cabo; mentalmente repartimos el día en los pendientes que no se pueden hacer en la semana: hacer las compras del súper, lavar ropa, hacer el aseo de la casa, tal vez hacer alguna compostura, ir a ver a la abuela, ir al parque a dar la vuelta, salir con los amigos, ir de excursión, la actividad de recreación depende de la edad, gustos y dinero disponible.

Del sábado al domingo por la mañana, súbitamente algo va cambiando, lo sentimos en el cuerpo, en el ánimo, en el tiempo que parece comenzar a pasar lento, muy lento; hay una sensación hasta pastosa, como una desaceleración imperceptible, y así, después del mediodía, entramos al conocido “domingo de bajón”: nos da por preguntarnos sobre nuestra vida, por extrañar personas que ya no están, lugares a los que no volveremos, anhelamos situaciones imposibles, saboreamos la derrota, recorremos en la mente nuestros desaciertos y terminamos en un melancólico estado de postración y autoflagelación mental. Pero, ¿por qué? Así es, no es usted, es el capitalismo.

El sistema capitalista se basa en un comportamiento continuo de consumo; todo el tiempo estamos consumiendo productos, mercancías, contenido en pantallas, e incluso, personas. Consumir, consumir, consumir es el ritmo de este sistema vertiginoso, llamativo y virtual. Somos bombardeados constantemente por contenido diverso, pero siempre hecho a nuestra medida, pensado especialmente para cada uno según la edad, sexo y condición social.

Las redes sociales juegan un papel fundamental en este torbellino incesante de mensajes que se actualizan cada medio segundo y que nos muestran cómo debemos lucir, qué debemos consumir, qué debemos desear, sobre qué debemos opinar, a quién debemos seguir, admirar, emular, cómo podemos llegar a la cúspide de la burbuja virtual.

Pero, además, si algo nos ha inyectado el capitalismo es la premura, la rapidez, la urgencia por consumir, por estar, por no perderse nada de lo que ocurre, por nunca soltar el celular de la mano o mantener la pantalla prendida en la sala de la casa como un miembro omnipresente de la familia. Rápido y fugaz, nos grita el capitalismo a cada instante.

Pasamos nuestra semana con el tiempo restringido y las emociones sedadas por el trabajo, las obligaciones sociales y familiares, y además el imperio de las redes sociales. Nuestro tiempo no nos pertenece… hasta que llega el domingo. Consumimos menos, estamos más presentes con nosotros y nuestro entorno, y eso nos permite sentir (nos); por un momento se pone pausa a la carrera frenética diaria y, si ponemos atención, vemos la rueda de hámster en la que vivimos. El capitalismo nos ha convencido de que cuando no consumimos o producimos no somos nada.

El domingo nos desintoxicamos un poco, nos entra el síndrome de abstinencia del consumo y por eso nos ponemos tristes o meditabundos, porque también el sistema nos ha ido arrebatando la capacidad de estar solos, de disfrutar de las cosas tangibles, de nuestra propia compañía o la de alguien más sin tener que tomar el celular.

Tal vez podríamos aprovechar ese domingo de bajón para mirar a la incertidumbre a la cara, sin miedo y atrevernos a indagar en esos pensamientos en apariencia tristes, porque es en el inconformismo, en lo que nos duele, en lo que no nos hace sentir a gusto donde podemos encontrar el germen del cambio.

Como corolario: son pocos también los que descansan en domingo; una gran parte de la población trabaja ese día; tal vez otros tengan un “miércoles de bajón”.

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Después de una larga semana de trabajo, el viernes nos sabe a una pequeña victoria, como si estuviésemos llegando a un pequeño escaloncito de una escalera de tiempo ilusoria.

Algunos trabajan medio tiempo el sábado, otros, muy pocos de acuerdo con el panorama del empleo en México, gozan de dos días de descanso. De acuerdo con cifras del Inegi de 2022, en México 47.4 por ciento de la población empleada labora de 35 a 48 horas a la semana, y 27 por ciento más de 48 horas; es decir 74.4 por ciento de los mexicanos trabajamos seis días a la semana.

Como sea, aunque se trabaje en sábado, ya se siente el día más ligero, la jornada menos pesada; hay una suerte de felicidad chiquita, pero felicidad al fin al cabo; mentalmente repartimos el día en los pendientes que no se pueden hacer en la semana: hacer las compras del súper, lavar ropa, hacer el aseo de la casa, tal vez hacer alguna compostura, ir a ver a la abuela, ir al parque a dar la vuelta, salir con los amigos, ir de excursión, la actividad de recreación depende de la edad, gustos y dinero disponible.

Del sábado al domingo por la mañana, súbitamente algo va cambiando, lo sentimos en el cuerpo, en el ánimo, en el tiempo que parece comenzar a pasar lento, muy lento; hay una sensación hasta pastosa, como una desaceleración imperceptible, y así, después del mediodía, entramos al conocido “domingo de bajón”: nos da por preguntarnos sobre nuestra vida, por extrañar personas que ya no están, lugares a los que no volveremos, anhelamos situaciones imposibles, saboreamos la derrota, recorremos en la mente nuestros desaciertos y terminamos en un melancólico estado de postración y autoflagelación mental. Pero, ¿por qué? Así es, no es usted, es el capitalismo.

El sistema capitalista se basa en un comportamiento continuo de consumo; todo el tiempo estamos consumiendo productos, mercancías, contenido en pantallas, e incluso, personas. Consumir, consumir, consumir es el ritmo de este sistema vertiginoso, llamativo y virtual. Somos bombardeados constantemente por contenido diverso, pero siempre hecho a nuestra medida, pensado especialmente para cada uno según la edad, sexo y condición social.

Las redes sociales juegan un papel fundamental en este torbellino incesante de mensajes que se actualizan cada medio segundo y que nos muestran cómo debemos lucir, qué debemos consumir, qué debemos desear, sobre qué debemos opinar, a quién debemos seguir, admirar, emular, cómo podemos llegar a la cúspide de la burbuja virtual.

Pero, además, si algo nos ha inyectado el capitalismo es la premura, la rapidez, la urgencia por consumir, por estar, por no perderse nada de lo que ocurre, por nunca soltar el celular de la mano o mantener la pantalla prendida en la sala de la casa como un miembro omnipresente de la familia. Rápido y fugaz, nos grita el capitalismo a cada instante.

Pasamos nuestra semana con el tiempo restringido y las emociones sedadas por el trabajo, las obligaciones sociales y familiares, y además el imperio de las redes sociales. Nuestro tiempo no nos pertenece… hasta que llega el domingo. Consumimos menos, estamos más presentes con nosotros y nuestro entorno, y eso nos permite sentir (nos); por un momento se pone pausa a la carrera frenética diaria y, si ponemos atención, vemos la rueda de hámster en la que vivimos. El capitalismo nos ha convencido de que cuando no consumimos o producimos no somos nada.

El domingo nos desintoxicamos un poco, nos entra el síndrome de abstinencia del consumo y por eso nos ponemos tristes o meditabundos, porque también el sistema nos ha ido arrebatando la capacidad de estar solos, de disfrutar de las cosas tangibles, de nuestra propia compañía o la de alguien más sin tener que tomar el celular.

Tal vez podríamos aprovechar ese domingo de bajón para mirar a la incertidumbre a la cara, sin miedo y atrevernos a indagar en esos pensamientos en apariencia tristes, porque es en el inconformismo, en lo que nos duele, en lo que no nos hace sentir a gusto donde podemos encontrar el germen del cambio.

Como corolario: son pocos también los que descansan en domingo; una gran parte de la población trabaja ese día; tal vez otros tengan un “miércoles de bajón”.

csanchez@diariodexalapa.com.mx