/ sábado 23 de noviembre de 2024

Final del Año litúrgico

El Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario es el último del Año litúrgico en el ritmo de la Iglesia, con la Solemnidad de Cristo, como Rey del cielo y de la tierra. Este domingo tiene lugar una importante celebración para los cristianos. Pues el Señor es el principio y fin del año litúrgico, el manantial y la cumbre, el alfa y la omega, el centro y la razón de toda celebración.

Jesús mismo, ante la pregunta directa, se autodenomina rey. Sin embargo, la particularidad de su reinado dista mucho de los reinados temporales al modo humano. El Reino que Jesús buscó implantar no es uno de fines temporales. El suyo, aunque implica el presente, tiene como horizonte una soberanía imperecedera, que es la súplica incesante del Padre Nuestro, ese reino escatológico.

El nuevo orden de las cosas en las que son un modo y estilo más humano, cálido y fraterno los que enmarcan el ser y actuar de todos, buscando el bien, creando lazos de justicia, en un ambiente de paz.

Ante Pilato y todos los presentes Jesús responde con la incólume voz que rompió el silencio en la zarza ardiente. Con ella está diciéndole a Pilato, y en éste al mundo, que la manera de ejercer la soberanía es una muy distinta del poder que avasalla, que tiraniza, que atemoriza y que no engendra la paz.

La misión por la que Jesús viene al mundo es muy clara en esta afirmación: “vine para ser testigo de la verdad”, lo que quiere decir que el ministerio de Jesús consiste en dar testimonio; demostrar, declarar en favor de aquello que todos necesitaban: la verdad, y no una verdad menor, Jesús viene a ser testigo de la Verdad, es el testigo por excelencia.

Cuán vigente resulta esto en entornos desdibujados por la mentira. Celebrar a Cristo Rey es agradecer lo vivido en el año litúrgico y apostar por estar siempre en la verdad. Jesús deja al descubierto su realeza, su grandeza, su majestad. Yo nací para ser Rey, y mi misión como Rey es ser testigo de la verdad (Jn 18,37).

Por esta razón, el que oye mi voz, (el que está en la verdad), ese es de los míos. El reino del Señor es de la verdad. No de las formas, ni de las verdades a medias, tampoco de los eufemismos malolientes. Jesús estalla al afirmar: ¡Yo nací para ser el testimonio de la verdad!, él, que antes había dicho “yo soy la verdad”.

Y es que, todo el desastre del Edén, comenzó con una mentira. Desde entonces, muchos paraísos, devienen en infiernos por una mentira. Que esta celebración impulse en todos el amor por la verdad.

El Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario es el último del Año litúrgico en el ritmo de la Iglesia, con la Solemnidad de Cristo, como Rey del cielo y de la tierra. Este domingo tiene lugar una importante celebración para los cristianos. Pues el Señor es el principio y fin del año litúrgico, el manantial y la cumbre, el alfa y la omega, el centro y la razón de toda celebración.

Jesús mismo, ante la pregunta directa, se autodenomina rey. Sin embargo, la particularidad de su reinado dista mucho de los reinados temporales al modo humano. El Reino que Jesús buscó implantar no es uno de fines temporales. El suyo, aunque implica el presente, tiene como horizonte una soberanía imperecedera, que es la súplica incesante del Padre Nuestro, ese reino escatológico.

El nuevo orden de las cosas en las que son un modo y estilo más humano, cálido y fraterno los que enmarcan el ser y actuar de todos, buscando el bien, creando lazos de justicia, en un ambiente de paz.

Ante Pilato y todos los presentes Jesús responde con la incólume voz que rompió el silencio en la zarza ardiente. Con ella está diciéndole a Pilato, y en éste al mundo, que la manera de ejercer la soberanía es una muy distinta del poder que avasalla, que tiraniza, que atemoriza y que no engendra la paz.

La misión por la que Jesús viene al mundo es muy clara en esta afirmación: “vine para ser testigo de la verdad”, lo que quiere decir que el ministerio de Jesús consiste en dar testimonio; demostrar, declarar en favor de aquello que todos necesitaban: la verdad, y no una verdad menor, Jesús viene a ser testigo de la Verdad, es el testigo por excelencia.

Cuán vigente resulta esto en entornos desdibujados por la mentira. Celebrar a Cristo Rey es agradecer lo vivido en el año litúrgico y apostar por estar siempre en la verdad. Jesús deja al descubierto su realeza, su grandeza, su majestad. Yo nací para ser Rey, y mi misión como Rey es ser testigo de la verdad (Jn 18,37).

Por esta razón, el que oye mi voz, (el que está en la verdad), ese es de los míos. El reino del Señor es de la verdad. No de las formas, ni de las verdades a medias, tampoco de los eufemismos malolientes. Jesús estalla al afirmar: ¡Yo nací para ser el testimonio de la verdad!, él, que antes había dicho “yo soy la verdad”.

Y es que, todo el desastre del Edén, comenzó con una mentira. Desde entonces, muchos paraísos, devienen en infiernos por una mentira. Que esta celebración impulse en todos el amor por la verdad.