/ sábado 27 de julio de 2024

Ignacio de Loyola

De san Ignacio de Loyola tenemos claro que fue un sacerdote español, fundador de la Compañía de Jesús y autor de los Ejercicios Espirituales. Que en su juventud fue escudero de Fernando, el rey católico. Y que, en la defensa del Castillo de Pamplona una bala de cañón hirió de tal manera su pierna que lo imposibilitó para caminar por un buen tiempo, dejándosela, toda ella, destrozada e hiriéndole la otra.

Hombre duro y valiente que no dejó ver la mínima señal de dolor, más que el estoico apretar de sus puños en las curaciones. También sabemos que gustaba de leer historias de caballerías y que era ávido para la pluma. Que en su reposo leyó la Vida de Cristo y la de algunos santos hasta ser fascinado por ellos, y vivamente inquietado por la obra de san Francisco y santo Domingo. ¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo san Francisco? ¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo santo Domingo? Pensaba con frecuencia.

Una de las grandes joyas que nos ha heredado san Ignacio han sido sus Ejercicios Espirituales: “todo modo de examinar la consciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras espirituales operaciones. Todo modo de preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma”. Donde queda al descubierto su maestría en el autoconocimiento, un adelantado en estos temas y pionero del discernimiento.

Dichos Ejercicios están configurados en lo que él llamó cuatro semanas, y la intención de éstos es que el ejercitante logre la auténtica adhesión a la vida de Cristo. La intención que se persigue es lograr que, la entrada de Jesús en nuestras vidas, modifique nuestras decisiones e interpele las claves de nuestra elección. Así, una vez que el ejercitante se pregunta por la vida de Jesús no tiene otra inquietud que descubrir, o buscar descubrir ¿qué clase de vida me pide el Señor que ponga en práctica? Cuáles son las sendas por las que me pide seguirlo.

Resuena contundente el testamento de san Ignacio, al formular que el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras, así cada uno, “reconociendo todo el bien recibido, pueda en todo amar y servir a su Divina Majestad” (EE 233). Ese es el legado de este gran hombre, que ha dejado su vida en manos de alguien Mayor que él y sin temor se ha sumergido en su propia vida para dejar que Dios la esculpiera.

De san Ignacio de Loyola tenemos claro que fue un sacerdote español, fundador de la Compañía de Jesús y autor de los Ejercicios Espirituales. Que en su juventud fue escudero de Fernando, el rey católico. Y que, en la defensa del Castillo de Pamplona una bala de cañón hirió de tal manera su pierna que lo imposibilitó para caminar por un buen tiempo, dejándosela, toda ella, destrozada e hiriéndole la otra.

Hombre duro y valiente que no dejó ver la mínima señal de dolor, más que el estoico apretar de sus puños en las curaciones. También sabemos que gustaba de leer historias de caballerías y que era ávido para la pluma. Que en su reposo leyó la Vida de Cristo y la de algunos santos hasta ser fascinado por ellos, y vivamente inquietado por la obra de san Francisco y santo Domingo. ¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo san Francisco? ¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo santo Domingo? Pensaba con frecuencia.

Una de las grandes joyas que nos ha heredado san Ignacio han sido sus Ejercicios Espirituales: “todo modo de examinar la consciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras espirituales operaciones. Todo modo de preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma”. Donde queda al descubierto su maestría en el autoconocimiento, un adelantado en estos temas y pionero del discernimiento.

Dichos Ejercicios están configurados en lo que él llamó cuatro semanas, y la intención de éstos es que el ejercitante logre la auténtica adhesión a la vida de Cristo. La intención que se persigue es lograr que, la entrada de Jesús en nuestras vidas, modifique nuestras decisiones e interpele las claves de nuestra elección. Así, una vez que el ejercitante se pregunta por la vida de Jesús no tiene otra inquietud que descubrir, o buscar descubrir ¿qué clase de vida me pide el Señor que ponga en práctica? Cuáles son las sendas por las que me pide seguirlo.

Resuena contundente el testamento de san Ignacio, al formular que el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras, así cada uno, “reconociendo todo el bien recibido, pueda en todo amar y servir a su Divina Majestad” (EE 233). Ese es el legado de este gran hombre, que ha dejado su vida en manos de alguien Mayor que él y sin temor se ha sumergido en su propia vida para dejar que Dios la esculpiera.