El pasado 6 de agosto el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dio a conocer los trabajos galardonados de sus Premios anuales, los cuales representan uno de los máximos reconocimientos a las investigaciones de quienes hacemos Antropología en México. Una de las tesis de licenciatura que obtuvo mención honorífica en Etnología y Antropología Social es “Fuimos todas”: comunidades emocionales y activismo feminista universitario en México, de Rocío del Carmen Heredia Hernández, egresada de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca.
Invitada por el INAH, fui parte del jurado y, entre las excelentes tesis concursantes, Fuimos todas…inmediatamente atrapó mi atención. Con gran fortaleza argumentativa, su autora analiza un problema presente en todas las instituciones de educación superior del país: las violencias contra las mujeres en el ámbito universitario. El argumento central de esta tesis y que la hizo merecedora de la mención honorífica, versa sobre la potencia de las prácticas organizativas de las estudiantes universitarias para hacer frente tanto a los machismos cotidianos como a la violencia estructural que las afecta por el simple hecho de ser mujeres.
De acuerdo con Heredia Hernández, hacer frente común les permite construir comunidades emocionales entre mujeres que guían su quehacer político feminista en los movimientos que tienen lugar dentro y fuera de las universidades.
Mientras leía y dictaminaba esta excelente investigación de Antropología Feminista, tenía presente las violencias que se viven en mi propia universidad, así como en las universidades donde trabajan o estudian algunas amigas y colegas. No importa si eres estudiante, docente, investigadora, personal administrativo, de intendencia o funcionaria universitaria de alto nivel. Las agresiones explícitas y sutiles están al orden del día, pero a veces apenas y nos damos cuenta o aplicamos la misma estrategia que empleamos cuando somos objeto de violencia en otros lugares públicos: dejar pasar y no hacer nada. Afortunadamente, esta situación está cambiando, sobre todo para las más jóvenes pues no se quedan con los brazos cruzados.
Vemos las agresiones contra mujeres de manera tan normal en los espacios universitarios que las y los agresores se sienten inmunes a cualquier sanción, sobre todo cuando agreden a mujeres que son parte de los “eslabones más débiles” de la jerarquía universitaria: estudiantes, profesoras por horas, intendentes, personal de confianza. Cuanta más antigüedad tenga el agresor o si ocupa un puesto de autoridad, más seguro estará de que la impunidad vendrá de la mano de su sindicato o de sus pares académicos.
Es así como las pintas, publicaciones en redes sociales, escraches y tendederos de denuncia representan la falta de efectividad y voluntad de las autoridades para hacer efectivas las denuncias y aplicar sanciones ejemplares, la proclividad para revictimizar y entorpecer los procesos de justicia y reparación del daño.
Lo alentador de todo esto, si es que lo hay, es que las universitarias ya no dejan pasar las cosas como si nada. Entre estudiantes y entre trabajadoras universitarias se están tejiendo estas comunidades emocionales de las que nos habla Hernández Heredia. A veces de manera incipiente y en otras creando movilización estudiantil, se va empujando a un cambio que abone por el respeto y la igualdad que desarticule la impunidad gracias al apoyo y sostén que se otorgan entre unas y otras.
En tanto, desde los tendederos de denuncia o a través de quejas formales, seremos todas quienes no dejaremos pasar la violencia y a sus agresores.
*Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana