/ viernes 12 de marzo de 2021

Coronavirgen, ruega por nosotros

Un año de confinamiento social sirve al artista mexicano Ernesto Muñiz, afincado en España, para reflexionar sobre el arte y la pandemia, utilizando una obra propia que de pronto se viralizó y funcionó como imagen de estos tiempos revueltos

Conocí a Ernesto Muñiz, cuando aprendíamos a reportear sin celulares. En esos años, utilizábamos un embrionario internet para hacer La Buhardilla, el periódico estudiantil de la Universidad Iberoamericana. En 1996, Ernesto cursaba la recta final de la carrera de diseño gráfico y comenzaba a probarse como fotógrafo.

Hoy, es anecdótico que Jorge Silva, fotoperiodista mexicano ganador del Pulitzer en 2020, viera el potencial de Ernesto para que lo reclutaran en Cuartoscuro, la icónica agencia de imágenes periodísticas, con sede en la Ciudad de México.

A 23 años de distancia, antes de comenzar nuestra entrevista, estos son algunos de los recuerdos que se comparten en una videollamada México-Madrid.

Constantemente, Ernesto recibe solicitudes para platicar con medios internacionales. Ha expuesto en Inglaterra, Canadá, España, Italia, Alemania y México. Hace 15 años, sus fotos más emblemáticas ya eran referencia en varios libros. Es autor del collage que presenta la segunda temporada de la serie Narcos México. Es un colorido caleidoscopio de imágenes que coloca, al centro del cartel, al actor Diego Luna, rodeado de iconografía religiosa, flores, veladoras, cactus y otras referencias a la muerte.

Justo en medio de la campaña promocional de la serie de Netflix, en mayo de 2020, contacté a Ernesto para platicar sobre arte y coronavirus. Así de ambigua fue mi solicitud. En las redes, circulaban cientos de recomendaciones para echar mano de las disciplinas y las técnicas artísticas para sobrellevar el encierro y para mantener la salud mental. “Yo he vivido en carne propia cómo el arte te puede rescatar”, me dijo.

Antes del éxito que ha logrado con sus peculiares composiciones de evocaciones religiosas y cultura pop, Ernesto vivió una época de crisis personal tras un rompimiento amoroso que se aderezó con la incertidumbre del desempleo y su desencanto por los medios de comunicación. En medio de esa confusión descubrió los efectos terapéuticos del collage.

“Cuando eres niño, lo primero que te enseñan es a cortar y a pegar. Con esas tijeras que ni tienen filo. ¡Ja!”. Siempre sella sus frases con buen humor. Con una carcajada. La sencillez y la familiaridad que mantiene en su trato me hacen pensar que jamás dejamos de frecuentarnos. Sin embargo, es más de una década la que dejamos de vernos y él se descubrió como artista.

“La infancia es el momento de la vida en que te sientes más seguro. Sin miedo al vacío. Es por eso que el collage se da fácil, porque para la mente es más sencillo relacionar cosas que inventarlas. Es una manera muy común de sacar la parte artística. Y como terapia, es una técnica accesible y económica”, comenta sobre esta práctica artística que lo ha hecho merecedor de reconocimientos como el que, en 2011, le hicieron luego de participar en una convocatoria de la prestigiosa comunidad de artistas visuales PHotoEspaña.

Sus primeras piezas eran bastante oscuras. Recuerda. Sus amigos y colegas cercanos compraban esos trabajos iniciales para ayudarlo, pues aún estaba desconectado de las galerías de arte y de los premios.

Actualmente, está incluido en el portafolio de Yuri López Kullins que cuenta con galerías en México y España. “Ernesto ha logrado convertir el collage en verdaderas obras de arte”, comenta la galerista.

López Kullins explica que el collage de este fotoperiodista mexicano está vinculado con el arte urbano, pero también es obra estrechamente vinculada con las galerías y con los espacios interiores. “Eso es muy difícil de lograr, por ejemplo con el grafiti que es un acto urbano y es muy complicado trasladar al interior. Ernesto puede jugar en ambos espacios y no choca. No brinca”, dice la galerista.

VIRUS, MUSEOS Y GALERÍAS

El mercado del arte sigue resistiendo el impacto del coronavirus. Desde la crisis financiera de 2008, provocada por la burbuja inmobiliaria en EU, ha sido un sector que ha buscado alternativas para no depender de la venta local. Los galeristas comenzaron a participar en las ferias internacionales, sin embargo, éstas también se vieron afectadas por la pandemia, como ocurrió con el Art Basel de Miami, cuya sede habitual —el Centro de Convenciones de Miami Beach— está dedicada a realizar pruebas gratuitas para detección de Covid.

El perfil de los compradores de arte se ha modificado por la pandemia. López Kullins dice que las adquisiciones de los coleccionistas tradicionales se desaceleraron y surgió un nuevo tipo de coleccionista. Las compras en línea de obra también jugaron un nuevo papel frente a la caída de las ventas presenciales.

Antes de la pandemia, la comercialización vía electrónica significaba apenas el 10% del volumen de las ventas, de acuerdo con “El impacto del COVID en las galerías de arte”, publicado en colaboración por la firma Arts Economics, la feria Art Basel y el banco suizo UBS. En diciembre de 2020, a casi un año de confinamiento social, las ventas a través de las páginas de internet de las galerías alcanzaron el mismo porcentaje que las ventas presenciales, esto es alrededor del 30%, según esa encuesta.

El cierre de museos y galerías que obligó el confinamiento social hizo que los artistas comenzaran a mostrar su obra en plataformas digitales, pero también llevó a algunos a ese espacio que el coronavirus obligó a vaciar: las calles.

La víspera a que se estableciera la emergencia sanitaria en España, Ernesto salió de su departamento para pegar uno de sus collages, en una pared de la calle Toledo que llega al centro madrileño.

Vive en una ciudad que fue especialmente golpeada por la pandemia con ancianos que morían solos en sus departamentos, asilos en donde el coronavirus había arrasado con su población y hospitales rebasados por los pacientes intubados.

Al más puro estilo “Street Art”, pegó a la “Coronavirgen” en una pared, como hacía al inicio de su carrera para desplegar su trabajo, cuando colocaba sus composiciones en la entrada del metro. Utilizó una virgen italiana, con una máscara de oxígeno, sosteniendo un virus donde debía ir el sagrado corazón. En las pocas horas que duró pegado el collage, éste se internacionalizó, pues camarógrafos y fotógrafos lo difundieron como parte del paisaje madrileño, en tiempos del Covid.

En la telecharla, dice que lo más satisfactorio para un artista es descubrir que alguien arrancó el cartel para llevarlo a las paredes de su propia casa. Así pasó con la Coronavirgen. Ya no la vio pegada, pero comenzó a ver que transmitían su imagen en los noticieros.

La propuesta visual de la Coronavirgen utiliza un símbolo religioso muy poderoso del catolicismo para confrontarlo con la realidad. Ese es el estilo característico de este artista que firma como Munizer.

“Los artistas somos hijos de nuestro tiempo. Tenemos que contar lo que vivimos. Si tuvimos la oportunidad de vivir la pandemia, debemos decir cómo nos marcó. Quizá tus hijos no se van a acordar de lo que fue estar encerrados, cuando tenían seis años. Los niños que están por nacer no sabrán lo qué es estar encerrado por una pandemia y ojalá que no lo sepan. Por eso es algo que tenemos que contar. Se tiene que vivir. Quizá suena demasiado feliz, pero se tiene que disfrutar, en lo posible, porque es algo que esperemos que no vuelva a pasar. Y si vuelve a pasar, estaremos más preparados para no generar todo este contagio”. Así resume su actitud ante la pandemia, quien durante el confinamiento ha sido particularmente prolífico en la producción de nueva obra.

“Como mexicano, vives con la idea de la muerte. No con la muerte en masa como está sucediendo ahorita, pero trato de no clavarme en eso, porque tengo familiares que pueden verse afectados si se enferman. Así que trato de no pensarlo todo el tiempo. Es fácil clavarse en un problema y hacer arte sobre ese problema. Si es tu manera de sacarlo, ¡adelante! Si es tu manera de estarte preocupando, no lo hagas. No te vayas por ese tema”. Al responder, mantiene la frescura del estudiante que conocí hace más de dos décadas y que, cuando estalló el movimiento zapatista, por iniciativa propia, tomó su cámara y se trasladó a Chiapas para vivir y retratar un levantamiento indígena excepcional para la época contemporánea.

“Como fotoperiodista, el Covid es una época que nunca se nos hubiera ocurrido vivir. Ha habido bajas y se reconoce a esas personas que murieron. También somos millones de personas las que podemos salir adelante y nos vamos a acordar de esto. En el futuro la plática será: ¿En dónde te tocó el coronavirus? ¿Cómo la pasaste?”.

Él responderá que se mantuvo activo. En medio del confinamiento, trabajó en la composición “La cuarentena de Adán y Eva”, obra que —a dos meses de su primera exhibición— se vendió. En su página de Facebook, Ernesto escribió que desde hacía tiempo tenía la idea de tatuar con animales a los personajes principales de ese cuadro.

Se trata de un collage de gran formato que presenta con máscara de oxígeno y cubrebocas a estos personajes bíblicos, en un paraíso de papel higiénico, murciélagos y esqueletos. Es la Eva de Alberto Durero quien, en una mano, sostiene un bote de Lysol y en la otra, a un pícaro mono de tela que ofrece un plátano con forma de pene. Las imágenes del virus coronado están en medio de una conversación que para el autor es la evocación a que la muerte acecha, en forma de virus, en cada palabra, en cada gota de saliva.

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Conocí a Ernesto Muñiz, cuando aprendíamos a reportear sin celulares. En esos años, utilizábamos un embrionario internet para hacer La Buhardilla, el periódico estudiantil de la Universidad Iberoamericana. En 1996, Ernesto cursaba la recta final de la carrera de diseño gráfico y comenzaba a probarse como fotógrafo.

Hoy, es anecdótico que Jorge Silva, fotoperiodista mexicano ganador del Pulitzer en 2020, viera el potencial de Ernesto para que lo reclutaran en Cuartoscuro, la icónica agencia de imágenes periodísticas, con sede en la Ciudad de México.

A 23 años de distancia, antes de comenzar nuestra entrevista, estos son algunos de los recuerdos que se comparten en una videollamada México-Madrid.

Constantemente, Ernesto recibe solicitudes para platicar con medios internacionales. Ha expuesto en Inglaterra, Canadá, España, Italia, Alemania y México. Hace 15 años, sus fotos más emblemáticas ya eran referencia en varios libros. Es autor del collage que presenta la segunda temporada de la serie Narcos México. Es un colorido caleidoscopio de imágenes que coloca, al centro del cartel, al actor Diego Luna, rodeado de iconografía religiosa, flores, veladoras, cactus y otras referencias a la muerte.

Justo en medio de la campaña promocional de la serie de Netflix, en mayo de 2020, contacté a Ernesto para platicar sobre arte y coronavirus. Así de ambigua fue mi solicitud. En las redes, circulaban cientos de recomendaciones para echar mano de las disciplinas y las técnicas artísticas para sobrellevar el encierro y para mantener la salud mental. “Yo he vivido en carne propia cómo el arte te puede rescatar”, me dijo.

Antes del éxito que ha logrado con sus peculiares composiciones de evocaciones religiosas y cultura pop, Ernesto vivió una época de crisis personal tras un rompimiento amoroso que se aderezó con la incertidumbre del desempleo y su desencanto por los medios de comunicación. En medio de esa confusión descubrió los efectos terapéuticos del collage.

“Cuando eres niño, lo primero que te enseñan es a cortar y a pegar. Con esas tijeras que ni tienen filo. ¡Ja!”. Siempre sella sus frases con buen humor. Con una carcajada. La sencillez y la familiaridad que mantiene en su trato me hacen pensar que jamás dejamos de frecuentarnos. Sin embargo, es más de una década la que dejamos de vernos y él se descubrió como artista.

“La infancia es el momento de la vida en que te sientes más seguro. Sin miedo al vacío. Es por eso que el collage se da fácil, porque para la mente es más sencillo relacionar cosas que inventarlas. Es una manera muy común de sacar la parte artística. Y como terapia, es una técnica accesible y económica”, comenta sobre esta práctica artística que lo ha hecho merecedor de reconocimientos como el que, en 2011, le hicieron luego de participar en una convocatoria de la prestigiosa comunidad de artistas visuales PHotoEspaña.

Sus primeras piezas eran bastante oscuras. Recuerda. Sus amigos y colegas cercanos compraban esos trabajos iniciales para ayudarlo, pues aún estaba desconectado de las galerías de arte y de los premios.

Actualmente, está incluido en el portafolio de Yuri López Kullins que cuenta con galerías en México y España. “Ernesto ha logrado convertir el collage en verdaderas obras de arte”, comenta la galerista.

López Kullins explica que el collage de este fotoperiodista mexicano está vinculado con el arte urbano, pero también es obra estrechamente vinculada con las galerías y con los espacios interiores. “Eso es muy difícil de lograr, por ejemplo con el grafiti que es un acto urbano y es muy complicado trasladar al interior. Ernesto puede jugar en ambos espacios y no choca. No brinca”, dice la galerista.

VIRUS, MUSEOS Y GALERÍAS

El mercado del arte sigue resistiendo el impacto del coronavirus. Desde la crisis financiera de 2008, provocada por la burbuja inmobiliaria en EU, ha sido un sector que ha buscado alternativas para no depender de la venta local. Los galeristas comenzaron a participar en las ferias internacionales, sin embargo, éstas también se vieron afectadas por la pandemia, como ocurrió con el Art Basel de Miami, cuya sede habitual —el Centro de Convenciones de Miami Beach— está dedicada a realizar pruebas gratuitas para detección de Covid.

El perfil de los compradores de arte se ha modificado por la pandemia. López Kullins dice que las adquisiciones de los coleccionistas tradicionales se desaceleraron y surgió un nuevo tipo de coleccionista. Las compras en línea de obra también jugaron un nuevo papel frente a la caída de las ventas presenciales.

Antes de la pandemia, la comercialización vía electrónica significaba apenas el 10% del volumen de las ventas, de acuerdo con “El impacto del COVID en las galerías de arte”, publicado en colaboración por la firma Arts Economics, la feria Art Basel y el banco suizo UBS. En diciembre de 2020, a casi un año de confinamiento social, las ventas a través de las páginas de internet de las galerías alcanzaron el mismo porcentaje que las ventas presenciales, esto es alrededor del 30%, según esa encuesta.

El cierre de museos y galerías que obligó el confinamiento social hizo que los artistas comenzaran a mostrar su obra en plataformas digitales, pero también llevó a algunos a ese espacio que el coronavirus obligó a vaciar: las calles.

La víspera a que se estableciera la emergencia sanitaria en España, Ernesto salió de su departamento para pegar uno de sus collages, en una pared de la calle Toledo que llega al centro madrileño.

Vive en una ciudad que fue especialmente golpeada por la pandemia con ancianos que morían solos en sus departamentos, asilos en donde el coronavirus había arrasado con su población y hospitales rebasados por los pacientes intubados.

Al más puro estilo “Street Art”, pegó a la “Coronavirgen” en una pared, como hacía al inicio de su carrera para desplegar su trabajo, cuando colocaba sus composiciones en la entrada del metro. Utilizó una virgen italiana, con una máscara de oxígeno, sosteniendo un virus donde debía ir el sagrado corazón. En las pocas horas que duró pegado el collage, éste se internacionalizó, pues camarógrafos y fotógrafos lo difundieron como parte del paisaje madrileño, en tiempos del Covid.

En la telecharla, dice que lo más satisfactorio para un artista es descubrir que alguien arrancó el cartel para llevarlo a las paredes de su propia casa. Así pasó con la Coronavirgen. Ya no la vio pegada, pero comenzó a ver que transmitían su imagen en los noticieros.

La propuesta visual de la Coronavirgen utiliza un símbolo religioso muy poderoso del catolicismo para confrontarlo con la realidad. Ese es el estilo característico de este artista que firma como Munizer.

“Los artistas somos hijos de nuestro tiempo. Tenemos que contar lo que vivimos. Si tuvimos la oportunidad de vivir la pandemia, debemos decir cómo nos marcó. Quizá tus hijos no se van a acordar de lo que fue estar encerrados, cuando tenían seis años. Los niños que están por nacer no sabrán lo qué es estar encerrado por una pandemia y ojalá que no lo sepan. Por eso es algo que tenemos que contar. Se tiene que vivir. Quizá suena demasiado feliz, pero se tiene que disfrutar, en lo posible, porque es algo que esperemos que no vuelva a pasar. Y si vuelve a pasar, estaremos más preparados para no generar todo este contagio”. Así resume su actitud ante la pandemia, quien durante el confinamiento ha sido particularmente prolífico en la producción de nueva obra.

“Como mexicano, vives con la idea de la muerte. No con la muerte en masa como está sucediendo ahorita, pero trato de no clavarme en eso, porque tengo familiares que pueden verse afectados si se enferman. Así que trato de no pensarlo todo el tiempo. Es fácil clavarse en un problema y hacer arte sobre ese problema. Si es tu manera de sacarlo, ¡adelante! Si es tu manera de estarte preocupando, no lo hagas. No te vayas por ese tema”. Al responder, mantiene la frescura del estudiante que conocí hace más de dos décadas y que, cuando estalló el movimiento zapatista, por iniciativa propia, tomó su cámara y se trasladó a Chiapas para vivir y retratar un levantamiento indígena excepcional para la época contemporánea.

“Como fotoperiodista, el Covid es una época que nunca se nos hubiera ocurrido vivir. Ha habido bajas y se reconoce a esas personas que murieron. También somos millones de personas las que podemos salir adelante y nos vamos a acordar de esto. En el futuro la plática será: ¿En dónde te tocó el coronavirus? ¿Cómo la pasaste?”.

Él responderá que se mantuvo activo. En medio del confinamiento, trabajó en la composición “La cuarentena de Adán y Eva”, obra que —a dos meses de su primera exhibición— se vendió. En su página de Facebook, Ernesto escribió que desde hacía tiempo tenía la idea de tatuar con animales a los personajes principales de ese cuadro.

Se trata de un collage de gran formato que presenta con máscara de oxígeno y cubrebocas a estos personajes bíblicos, en un paraíso de papel higiénico, murciélagos y esqueletos. Es la Eva de Alberto Durero quien, en una mano, sostiene un bote de Lysol y en la otra, a un pícaro mono de tela que ofrece un plátano con forma de pene. Las imágenes del virus coronado están en medio de una conversación que para el autor es la evocación a que la muerte acecha, en forma de virus, en cada palabra, en cada gota de saliva.

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