Ásperas y callosas, así son las manos de Gregorio Hernández González, el mascarero más longevo de Tempoal, municipio de la Huasteca veracruzana donde se preserva la danza de “La Viejada”, Patrimonio Cultural Inmaterial de México.
El ritual, enmarcado en las fiestas de Día de Muertos, sobresale por el sentido identitario, la música tradicional, la vestimenta y un elemento cargado de simbolismo, la máscara que porta el danzante para esconderse de la muerte, reírse de ella, igualarla o espantarla.
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En Tempoal hay al menos 50 artesanos consolidados, más nuevas generaciones que aprenden de los mayores, encabezados por Gregorio, hombre de 75 años para quien es motivante compartir sus saberes en la Casa de Cultura, en otras ciudades y otros estados del país.
Don Goyo ha creado a lo largo de su vida unas cuatro mil máscaras. No sabe el número exacto pero sí que prefiere la madera de cedro para tallar bocones, calaveras y diablos, los rostros más solicitados por danzantes y coleccionistas de México y el mundo.
Además de las mencionadas están las máscaras míticas de aztecas o apaches, de vaqueros, las “bigotonas” o las de mujeres de carnosos labios rojos y dientes grandes y cuadrados que con amplias sonrisas se burlan de la “Pelona”.
En entrevista, el artesano declara ser feliz de saberse portador de un conocimiento que le da identidad a su pueblo de origen, al mismo tiempo que preserva el legado de su suegro, Modesto Sánchez Velázquez, quien fuera “el mero mero mascarero de Tempoal”.
A diferencia de otros artesanos, quienes se inician en el tallado de la madera cuando aún son adolescentes, don Gregorio empezó pasados los 30; antes se dedicaba solo a pintar.
En víspera de cumplir 76 años de edad -11 de marzo-, expresa su alegría por ser una persona sana y poder atender su taller, donde ha transcurrido su vida entre lápices, dibujos y pinturas.
El olor de la madera, las lijas, gubias, machetes, cuchillos, serruchos y hasta motosierra generan un ambiente de motivación para don Gregorio, quien asegura que ser mascarero tiene su principal dificultad en el tallado.
“Lo difícil es darle forma; se pueden usar maderas más suaves, pero a mí me gusta el cedro; es muy dura pero es garantía… Yo tardo en hacer la máscara máximo tres días y la vendo entre 800 y mil 400 pesos, dependiendo el diseño”.
Para el creativo, además de su oficio, es importante el trabajo comunitario y la familia que ha formado con su esposa Glorinela Sánchez Ortega. Son padres de Laura Estela, Odín, Javier e Iván, todos dedicados a la artesanía.
En su faceta de tallerista en la Casa de Cultura, dice sentirse afortunado de ver en los rostros de los niños la ilusión y asombro de constatar cómo un trozo de madera puede adquirir una nueva forma. “¡Eso es como magia! ¡A mí me gusta la magia!”, exclama.