/ miércoles 26 de julio de 2023

La leyenda del Médano del perro que enternece a los jarochos; ¿la conoces?

Para el animal, las palabras de Casiano no significaban nada, la rabia contenida por tanto tiempo de abusos, le impedía reconocer a su propietario; conoce la poderosa leyenda

Una de las colonias más antiguas del puerto de Veracruz guarda una sorprendente historia que lleva por nombre "Médano del perro".

Como toda leyenda, la historia de la colonia Médano de Buenavista ha sido contada de generación en generación, sin embargo, aunque no existe registro de que esté documentada oficialmente existe una versión en el texto "30 leyendas de Veracruz" de la autora Oralia Méndez Pérez.

A continuación te contamos la atroz historia de "el Médano del perro".

¿Cuál es la leyenda "el Médano del perro" de Veracruz?

Hace siglos un hombre dedicado a destazar cerdos para su venta pasó por una traumática situación, pues el ser desalmado y cruel lo llevó a la perdición.

Su nombre era Casiano y mantenía a un imponente perro que cuidaba su choza y sus escasas pertenencias confinado en una jaula de gruesos barrotes de fierro, apenas fuertes para contener la ira del animal al no ser alimentado apropiadamente, ya que cada vez que Casiano se acordaba, le arrojaba entre los barrotes los desechos de los cerdos.

La mandíbula de ese perro le daba un toque de horror a su fea, deformada y grotesca cabeza; cada vez que bajaban de la cima de la duna las personas corrían a refugiarse en sus casas evitando ver tanto al animal como a su dueño, pues tenía un aspecto salvaje y ojos inyectados de sangre, mientras que Casiano lucía un aspecto deplorable.

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El deseo de este hombre era poseer una casa en las inmediaciones de la ciudad y no una deplorable choza en la punta del montículo de arena; siempre en compañía de su gran perro al que llamó “lobo”, quien con el tiempo se volvió más agresivo.

Una noche de diciembre, en que había bebido un poco, Casiano llegó apenas a la cima del médano, jadeante, casi sin aliento y se llenó de espanto al ver la jaula de lobo vacía, con la gruesa cadena hecha pedazos y el candado torcido y abierto.

Lobo estaba al borde de los chiqueros, con la horrible cabeza gacha, los ojos inyectados aún más de sangre, opacos, gruñendo satanicamente.

Para el animal, las palabras de Casiano no significaban nada, la rabia contenida por tanto tiempo de abusos, le impedía reconocer a su propietario, lo que verdaderamente le importaba era el olor que despedía el cuerpo de Casiano, para él tan acostumbrado a comer bazofia pestilente, el olor le activó las papilas en sus fauces de colmillos como sables, mientras Casiano secretaba un olor fétido y acre.

Lobo dirigió su ataque a la cara desgarrándole la nariz y dejando el cráneo a la luz de la luna llena; el hombre no supo realmente cuando murió, las fauces de Lobo, ahora llenas de espuma rojiza, apuntaba directo hacia los chiqueros, que fueron presa de su fiero ataque que no fue para satisfacer su hambre, sino para matar a todos y cada uno de los cerdos.

Finalmente, exhausto al concluir su macabra tarea, se dio a descansar su rabia bajo un árbol pelón, junto a la choza, y a emitir los aullidos más escalofriantes jamás escuchados por el hombre, aullidos que parecían hacer honor a su nombre: Lobo.

Pasado un tiempo y sin comida, las circunstancias lo obligaron a bajar del médano en busca de víctimas, para satisfacer su hambre. Cuentan que primero fue un niño el que acabó en el estómago de la bestia, días después fue un hombre sin hogar y finalmente, un bebé que fue sacado por Lobo de su hamaca.

Tras las muertes, los vecinos se armaron de valor y cargaron hachas, machetes, palos y con antorcha en mano buscaron al animal por todo el médano. Fue hallado en la cima de la duna, junto a los huesos de Casiano y sus puercos.

Los restos de “lobo” fueron rociados con cal viva y agua bendita, para acabar definitivamente con él. Adultos mayores, quienes tienen más cercanía con la historia señalan que cuando escuchaban el silbido lastimero del aire del norte pasar entre las tablas de las casas de madera, un silbido tétrico muy parecido a los aullidos propios de un ente del más allá retumbaba sus oídos.

Una de las colonias más antiguas del puerto de Veracruz guarda una sorprendente historia que lleva por nombre "Médano del perro".

Como toda leyenda, la historia de la colonia Médano de Buenavista ha sido contada de generación en generación, sin embargo, aunque no existe registro de que esté documentada oficialmente existe una versión en el texto "30 leyendas de Veracruz" de la autora Oralia Méndez Pérez.

A continuación te contamos la atroz historia de "el Médano del perro".

¿Cuál es la leyenda "el Médano del perro" de Veracruz?

Hace siglos un hombre dedicado a destazar cerdos para su venta pasó por una traumática situación, pues el ser desalmado y cruel lo llevó a la perdición.

Su nombre era Casiano y mantenía a un imponente perro que cuidaba su choza y sus escasas pertenencias confinado en una jaula de gruesos barrotes de fierro, apenas fuertes para contener la ira del animal al no ser alimentado apropiadamente, ya que cada vez que Casiano se acordaba, le arrojaba entre los barrotes los desechos de los cerdos.

La mandíbula de ese perro le daba un toque de horror a su fea, deformada y grotesca cabeza; cada vez que bajaban de la cima de la duna las personas corrían a refugiarse en sus casas evitando ver tanto al animal como a su dueño, pues tenía un aspecto salvaje y ojos inyectados de sangre, mientras que Casiano lucía un aspecto deplorable.

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El deseo de este hombre era poseer una casa en las inmediaciones de la ciudad y no una deplorable choza en la punta del montículo de arena; siempre en compañía de su gran perro al que llamó “lobo”, quien con el tiempo se volvió más agresivo.

Una noche de diciembre, en que había bebido un poco, Casiano llegó apenas a la cima del médano, jadeante, casi sin aliento y se llenó de espanto al ver la jaula de lobo vacía, con la gruesa cadena hecha pedazos y el candado torcido y abierto.

Lobo estaba al borde de los chiqueros, con la horrible cabeza gacha, los ojos inyectados aún más de sangre, opacos, gruñendo satanicamente.

Para el animal, las palabras de Casiano no significaban nada, la rabia contenida por tanto tiempo de abusos, le impedía reconocer a su propietario, lo que verdaderamente le importaba era el olor que despedía el cuerpo de Casiano, para él tan acostumbrado a comer bazofia pestilente, el olor le activó las papilas en sus fauces de colmillos como sables, mientras Casiano secretaba un olor fétido y acre.

Lobo dirigió su ataque a la cara desgarrándole la nariz y dejando el cráneo a la luz de la luna llena; el hombre no supo realmente cuando murió, las fauces de Lobo, ahora llenas de espuma rojiza, apuntaba directo hacia los chiqueros, que fueron presa de su fiero ataque que no fue para satisfacer su hambre, sino para matar a todos y cada uno de los cerdos.

Finalmente, exhausto al concluir su macabra tarea, se dio a descansar su rabia bajo un árbol pelón, junto a la choza, y a emitir los aullidos más escalofriantes jamás escuchados por el hombre, aullidos que parecían hacer honor a su nombre: Lobo.

Pasado un tiempo y sin comida, las circunstancias lo obligaron a bajar del médano en busca de víctimas, para satisfacer su hambre. Cuentan que primero fue un niño el que acabó en el estómago de la bestia, días después fue un hombre sin hogar y finalmente, un bebé que fue sacado por Lobo de su hamaca.

Tras las muertes, los vecinos se armaron de valor y cargaron hachas, machetes, palos y con antorcha en mano buscaron al animal por todo el médano. Fue hallado en la cima de la duna, junto a los huesos de Casiano y sus puercos.

Los restos de “lobo” fueron rociados con cal viva y agua bendita, para acabar definitivamente con él. Adultos mayores, quienes tienen más cercanía con la historia señalan que cuando escuchaban el silbido lastimero del aire del norte pasar entre las tablas de las casas de madera, un silbido tétrico muy parecido a los aullidos propios de un ente del más allá retumbaba sus oídos.

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