/ sábado 27 de enero de 2018

Paso a la rebeldía: Popotitos no es un primor, pero baila que da pavor…

Aun sin saberlo, los iniciadores del rock and roll en México fueron parte de las transformaciones de este país, que ellos mismos impulsaron

A finales de los 50 en México, nuestros padres se ilusionaban con música, digamos, emotiva. Era la que predominaba en El cuadrante de su radio las rancheras y los boleros; claro, junto con los pecaminosos mambo y cha cha chá que nos llegaban de Cuba y que hacían que nuestros viejos movieran el bote a todo ritmo o por lo menos el piececillo, con toda discreción… Había danzones también y bailes del folclore nacional: todo junto en un país que es muchos Méxicos.

Los niños de entonces, acaso bebés, éramos arrullados con “ Perdida, te ha llamado la gente sin saber que has sufrido con desesperación…”; “ Hipócrita, sencillamente hipócrita, perversa…” o “ Amor perdido, si como dicen es cierto que vives dichosa sin mi…” Aunque también andaba por ahí revoloteando el Gorrioncillo, pecho amarillo que contrastaba con la maldita Paloma negra que ya había agarrado por su cuenta las parrandas.

Y así la vida leve por entonces. Claro. Esto era una cosa y otra cosa era otra cosa, a saber. El país vivía el final del gobierno de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), “el presidente viejito” porque tomó posesión a los 62 años, aunque como contador se dio tiempo para hacer programas sociales en confrontación con la empresa mexicana que no lo veía con buenos ojos:

Creó la Ceimsa para apoyar a la clase popular, su programa de Salida al mar para enviar los excedentes de producción agrícola y, sobre todo, en 1954 otorgó el voto a la mujer mediante reforma constitucional. También, durante su gobierno ocurrió la huelga de maestros encabezada por Othón Salazar y más movimientos sindicales, que le caían gordos. Dicen que fue un presidente que no robó, que no era ratero, como muchos que ya conocemos… ejem…

Luego vendría Adolfo López “Paseos” (1958-1964), por su vocación al viaje. Durante este gobierno los mexicanos “mayores” vieron dimes y diretes entre el gobierno y diferentes agrupaciones de trabajadores: ocurrió la huelga de ferrocarrileros que encabezó Demetrio Vallejo, la de maestros que no concluía del todo, la de los médicos. Y hubo represión. Muchos de los dirigentes fueron a parar al merito Lecumberri en tanto que el presidente gobernaba con, digamos, cierta frivolidad.

Por entonces México tenía 38 millones 174 mil 112 habitantes de los que la población femenina era mayoritaria con 19 millones 156 mil 559 frente a los 19 millones 17 mil 553 hombres que cantaban las rancheras y se decían el “Señor de la casa”; los que en el campo andaban de ranchero o campesino y en las ciudades con tacuche y sombrero de fieltro, aunque las clases populares vestían de overol y con la “corriente” mezclilla (“¡Fuchi!”).

Pero ya unos jóvenes, que eran poco más de la mitad de la población nacional, le pisaba los talones al viejo orden. Y una forma de irrumpir fue rebelándose al viejo estilo musical para dar paso a lo que por entonces los padres llamaban “locura” de los muchachos:

“Música incomprensible”, “Música de gritos” y luego de la película de James Dean, a los muchachos que por entonces decidieron adoptar para sí la mezclilla en pantalones de tubo y chamarras negras con copetes abultados con crepé y ellas con faldas amplias, y blusas más pegaditas, aunque sin dejar todavía las tobilleras, pues eso: comenzaron la rebelión inesperada y, “los grandes”, les llamaban Rebeldes sin causa.

Digamos que fue un movimiento urbano y sí, había una causa: el viejo estilo se agotaba; los muchachos necesitaban espacios; necesitaban hablar en un país en donde el silencio doméstico y público era el síntoma; en un país de casas militarizadas en donde el padre tenía la razón, y si no la tenía: “¡el padre tiene la razón!”… Y así también el gobierno, dueño de todo.

¡AHÍ VIENE LA PLAGA..!

Los aires vinieron del norte. Esto es, a finales de los 50 en Estados Unidos apareció Bill Halley y sus cometas. Era un nuevo ritmo musical. Con mayor impulso y mayor libertad. Alguna estación de radio en México dio espacio a ese nuevo ritmo al mismo tiempo jovial y estruendoso:

Al compas del reloj y Hasta luego cocodrilo inundaron el ambiente mexicano en el que aun persistían boleros, rancheras, mambo y chachachá que fueron heredados a los hijos y que aún hoy las repiten con nostalgia y familiaridad, pero ya con el botón del rock and roll en la chamarra.

Para 1956 una mujer se aventó a ser la pionera del rock and roll mexicano: se llamaba Gloria Ríos y realizó un cover de Al compás del reloj. Lo llamó El relojito. Fue el grito de arranque porque de pronto en fiestas y celebraciones las orquestas musicales comenzaron a incluir entre sus rolas aquel ritmo que ya inundaba a México, junto con Elvis Presley y su Rock de la cárcel, dieron paso al mundo de los “rebeldes sin causa” mexicanos.

Y como si fueran hongos en tiempo de lluvias comenzaron a brotar cantantes solistas y grupos de rock and roll en distintas partes del país. En su mayoría eran muchachos entre adolescentes y jóvenes, la mayoría de clase media, que se enchufaron con esta música aunque mantenían la compostura porque la mayoría seguía usando traje y corbata en sus presentaciones.

Así que por influencia asimismo del norte, aparecieron The Black Jeans, The crazy boys, The Teen Tops como también Los Rebeldes del Rock. El solista de Los camisas negras era un muchacho casi adolescente que se llama César Costa, César Schreurs, “El chico del suéter”; el de los Teen Tops era Enrique Guzmán, un mexicano nacido en Venezuela, asimismo un jovenzuelo y con Los Locos estaba Johnny Laboriel…

Digamos que esta fue la primera generación espontánea. Luego vendrían más y más, como Los Hermanos Carrión, Los Hooligans, Los Spitfires

Las disqueras se aprestaron a iniciar la nueva etapa y fue la Peerles quien tomó la iniciativa de grabar los primeros discos. También hacía falta que las estaciones de radio –indispensable para el triunfo o fracaso de las estrellas, estrellitas o asteroides del espectáculo--, tocaran esta música. “Haciendo de tripas corazón”, dos se dispusieron a ser la caja de resonancia del rock and roll:

Fueron Radio Mil y Radio 590, que eran del mismo propietario y en cuyas instalaciones recién estrenaditas en la Avenida Insurgentes Sur, en la colonia Florida, se refugiaron los muchachos para presentar sus rolas, para ser entrevistados y para cantar-cantar-cantar y bailar…

JUVENTUD PECAMINOSA

Por supuesto también había mujeres en la escalada rockera. Sobre todo una de ellas; un dulcecito gringuito. Una güerita simpática y bonita que había sido actricita en películas mexicanas de la “época de oro del cine nacional” que se dice: Angélica María: “ Edy, Edy… turuntuntuntuntuntú… Edy sólo vive para miiií…” fue su rola triunfal. También estaba Julissa con sus Ruedas y María Eugenia Rubio con Fuiste tú, siempre tú y muchas más. Hoy es de risa loca aquella mezcla entre rock and roll y baladas melosas y caramelosas:

Dile adiós, pero ahora, dile adiós, aunque llores vida mía, dile adiós, cariño, dile adiós…” Gulp. Y sonaba bonito. Y sonaba nuevo y eran otras voces frescas, no engoladas ni ruidosas, que también tenían lo suyo. Los muchachos comenzaron a saber que eran muchachos y que eran dueños de lo suyo, para empezar su música, sus ritmos, sus lugares, sus tiempos y su futuro. Eso es.

Los teen tops se cargaron un gran éxito por entonces:¡ Ahí viene la plaga!: “ Mis jefes me dijeron ya no bailes rock and roll, si te vemos con la plaga tu domingo se acabó: ¡Ahí viene la plaga!”… Fue un himno de rebelión en español. Fue el grito “desgarrador” –sic- de una juventud que tenía como fondo vital a la familia, pero de la que también quería otro trato y otro entendimiento.

El cine nacional se enriqueció con las películas de muchachos “rebeldes sin causa”, aunque había una especie de contradicción pues los productores y directores veían “pecaminoso” eso del rock and roll y a sus intérpretes, aun así ganaban dinero a raudales con ellas pues eran los muchachos de entonces los que llenaban las salas para ver a sus ídolos musicales en películas como Juventud rebelde (Jóvenes y rebeldes), Los falsos héroes, Viva la juventud, o Juventud desenfrenada, considerada la primer película de rock and roll en México…

Pero a principios de los años sesenta el rock and roll había tomado posesión de los muchachos de entonces y de algunos de sus padres buena onda que de pronto no entendían, pero se emocionaban con aquella música enloquecida, sin jaulas y sin almidón.

En los estados de la República surgieron asimismo grupos musicales de rock and roll: en Tijuana estaban Los Rocking Devils, en Sonora Los Apson Boys, en Guadalajara Los Gibson Boys, en Yucatán Los Babys y así.

Luego las disqueras harían el cambio comercial y artístico para dar paso a los solistas, como fueron los casos de Angélica María, Ricardo Roca, Alberto Vázquez, Manolo Muñoz, Dino, Enrique Guzmán, César Costa que, en general, hacían covers de melodías de Estados Unidos o europeas.

Muchos jóvenes estuvieron en esta batalla. Honor eterno a todos ellos. Sería incontable recorrer el camino del rock y mi directora me tiene amenazado de muerte si me excedo en tiempo y forma. De todos modos, algunos de estos rebeldes con o sin causa aún viven. Son muy queridos, a pesar de que uno u otro han sido latosos y malhumorados. No importa. Si importa que sean parte de las transformaciones de este país y que ellos las impulsaran como sin saberlo.

Fueron ellos quienes pusieron música de fondo a nuestras vidas y son los que tocaban a la puerta de nuestras soledades y alegrías. Lo dice Don Quijote: “Donde música hubiere, cosa mala no existiere…”

Ellos sabían del peso de su rebeldía y enfrentaron a una sociedad recatada, silenciosa y congelada. Ellos revitalizaron y dieron paso a la rebeldía que desde entonces está en los muchachos de las épocas siguientes, los mismos muchachos que luego vivirían el 2 de octubre en Tlatelolco y junio de 1971 en San Cosme.  Y que hoy cantan y bailan sus propias rolas y sus propios ritmos y sus propias ilusiones y recuerdan el Rock del angelito baja ya, baja ya, pero baja ya

Aquella música que fue novedad y rebeldía ahora es nostalgia. ¿Acaso se cumple lo que escrituró José Emilio Pacheco?: “Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años” Quizá sí. Quizá no.

¡Muévanse todos, al bailar…; Popotitos no es un primor, pero baila que da pavor, a mi popotitos yo le di mi amor…; Despeinada, ajá, ajá, despeinada, ajá, ajá…; Nos quedamos solos, como cada noche…; Que las cerezas están maduras eso lo sé…; Salí de viaje solo para ver si así, tú me querías como yo a ti…; Reconozco Señor que soy culpable, sé que fui un pecador imperdonable…  

A finales de los 50 en México, nuestros padres se ilusionaban con música, digamos, emotiva. Era la que predominaba en El cuadrante de su radio las rancheras y los boleros; claro, junto con los pecaminosos mambo y cha cha chá que nos llegaban de Cuba y que hacían que nuestros viejos movieran el bote a todo ritmo o por lo menos el piececillo, con toda discreción… Había danzones también y bailes del folclore nacional: todo junto en un país que es muchos Méxicos.

Los niños de entonces, acaso bebés, éramos arrullados con “ Perdida, te ha llamado la gente sin saber que has sufrido con desesperación…”; “ Hipócrita, sencillamente hipócrita, perversa…” o “ Amor perdido, si como dicen es cierto que vives dichosa sin mi…” Aunque también andaba por ahí revoloteando el Gorrioncillo, pecho amarillo que contrastaba con la maldita Paloma negra que ya había agarrado por su cuenta las parrandas.

Y así la vida leve por entonces. Claro. Esto era una cosa y otra cosa era otra cosa, a saber. El país vivía el final del gobierno de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), “el presidente viejito” porque tomó posesión a los 62 años, aunque como contador se dio tiempo para hacer programas sociales en confrontación con la empresa mexicana que no lo veía con buenos ojos:

Creó la Ceimsa para apoyar a la clase popular, su programa de Salida al mar para enviar los excedentes de producción agrícola y, sobre todo, en 1954 otorgó el voto a la mujer mediante reforma constitucional. También, durante su gobierno ocurrió la huelga de maestros encabezada por Othón Salazar y más movimientos sindicales, que le caían gordos. Dicen que fue un presidente que no robó, que no era ratero, como muchos que ya conocemos… ejem…

Luego vendría Adolfo López “Paseos” (1958-1964), por su vocación al viaje. Durante este gobierno los mexicanos “mayores” vieron dimes y diretes entre el gobierno y diferentes agrupaciones de trabajadores: ocurrió la huelga de ferrocarrileros que encabezó Demetrio Vallejo, la de maestros que no concluía del todo, la de los médicos. Y hubo represión. Muchos de los dirigentes fueron a parar al merito Lecumberri en tanto que el presidente gobernaba con, digamos, cierta frivolidad.

Por entonces México tenía 38 millones 174 mil 112 habitantes de los que la población femenina era mayoritaria con 19 millones 156 mil 559 frente a los 19 millones 17 mil 553 hombres que cantaban las rancheras y se decían el “Señor de la casa”; los que en el campo andaban de ranchero o campesino y en las ciudades con tacuche y sombrero de fieltro, aunque las clases populares vestían de overol y con la “corriente” mezclilla (“¡Fuchi!”).

Pero ya unos jóvenes, que eran poco más de la mitad de la población nacional, le pisaba los talones al viejo orden. Y una forma de irrumpir fue rebelándose al viejo estilo musical para dar paso a lo que por entonces los padres llamaban “locura” de los muchachos:

“Música incomprensible”, “Música de gritos” y luego de la película de James Dean, a los muchachos que por entonces decidieron adoptar para sí la mezclilla en pantalones de tubo y chamarras negras con copetes abultados con crepé y ellas con faldas amplias, y blusas más pegaditas, aunque sin dejar todavía las tobilleras, pues eso: comenzaron la rebelión inesperada y, “los grandes”, les llamaban Rebeldes sin causa.

Digamos que fue un movimiento urbano y sí, había una causa: el viejo estilo se agotaba; los muchachos necesitaban espacios; necesitaban hablar en un país en donde el silencio doméstico y público era el síntoma; en un país de casas militarizadas en donde el padre tenía la razón, y si no la tenía: “¡el padre tiene la razón!”… Y así también el gobierno, dueño de todo.

¡AHÍ VIENE LA PLAGA..!

Los aires vinieron del norte. Esto es, a finales de los 50 en Estados Unidos apareció Bill Halley y sus cometas. Era un nuevo ritmo musical. Con mayor impulso y mayor libertad. Alguna estación de radio en México dio espacio a ese nuevo ritmo al mismo tiempo jovial y estruendoso:

Al compas del reloj y Hasta luego cocodrilo inundaron el ambiente mexicano en el que aun persistían boleros, rancheras, mambo y chachachá que fueron heredados a los hijos y que aún hoy las repiten con nostalgia y familiaridad, pero ya con el botón del rock and roll en la chamarra.

Para 1956 una mujer se aventó a ser la pionera del rock and roll mexicano: se llamaba Gloria Ríos y realizó un cover de Al compás del reloj. Lo llamó El relojito. Fue el grito de arranque porque de pronto en fiestas y celebraciones las orquestas musicales comenzaron a incluir entre sus rolas aquel ritmo que ya inundaba a México, junto con Elvis Presley y su Rock de la cárcel, dieron paso al mundo de los “rebeldes sin causa” mexicanos.

Y como si fueran hongos en tiempo de lluvias comenzaron a brotar cantantes solistas y grupos de rock and roll en distintas partes del país. En su mayoría eran muchachos entre adolescentes y jóvenes, la mayoría de clase media, que se enchufaron con esta música aunque mantenían la compostura porque la mayoría seguía usando traje y corbata en sus presentaciones.

Así que por influencia asimismo del norte, aparecieron The Black Jeans, The crazy boys, The Teen Tops como también Los Rebeldes del Rock. El solista de Los camisas negras era un muchacho casi adolescente que se llama César Costa, César Schreurs, “El chico del suéter”; el de los Teen Tops era Enrique Guzmán, un mexicano nacido en Venezuela, asimismo un jovenzuelo y con Los Locos estaba Johnny Laboriel…

Digamos que esta fue la primera generación espontánea. Luego vendrían más y más, como Los Hermanos Carrión, Los Hooligans, Los Spitfires

Las disqueras se aprestaron a iniciar la nueva etapa y fue la Peerles quien tomó la iniciativa de grabar los primeros discos. También hacía falta que las estaciones de radio –indispensable para el triunfo o fracaso de las estrellas, estrellitas o asteroides del espectáculo--, tocaran esta música. “Haciendo de tripas corazón”, dos se dispusieron a ser la caja de resonancia del rock and roll:

Fueron Radio Mil y Radio 590, que eran del mismo propietario y en cuyas instalaciones recién estrenaditas en la Avenida Insurgentes Sur, en la colonia Florida, se refugiaron los muchachos para presentar sus rolas, para ser entrevistados y para cantar-cantar-cantar y bailar…

JUVENTUD PECAMINOSA

Por supuesto también había mujeres en la escalada rockera. Sobre todo una de ellas; un dulcecito gringuito. Una güerita simpática y bonita que había sido actricita en películas mexicanas de la “época de oro del cine nacional” que se dice: Angélica María: “ Edy, Edy… turuntuntuntuntuntú… Edy sólo vive para miiií…” fue su rola triunfal. También estaba Julissa con sus Ruedas y María Eugenia Rubio con Fuiste tú, siempre tú y muchas más. Hoy es de risa loca aquella mezcla entre rock and roll y baladas melosas y caramelosas:

Dile adiós, pero ahora, dile adiós, aunque llores vida mía, dile adiós, cariño, dile adiós…” Gulp. Y sonaba bonito. Y sonaba nuevo y eran otras voces frescas, no engoladas ni ruidosas, que también tenían lo suyo. Los muchachos comenzaron a saber que eran muchachos y que eran dueños de lo suyo, para empezar su música, sus ritmos, sus lugares, sus tiempos y su futuro. Eso es.

Los teen tops se cargaron un gran éxito por entonces:¡ Ahí viene la plaga!: “ Mis jefes me dijeron ya no bailes rock and roll, si te vemos con la plaga tu domingo se acabó: ¡Ahí viene la plaga!”… Fue un himno de rebelión en español. Fue el grito “desgarrador” –sic- de una juventud que tenía como fondo vital a la familia, pero de la que también quería otro trato y otro entendimiento.

El cine nacional se enriqueció con las películas de muchachos “rebeldes sin causa”, aunque había una especie de contradicción pues los productores y directores veían “pecaminoso” eso del rock and roll y a sus intérpretes, aun así ganaban dinero a raudales con ellas pues eran los muchachos de entonces los que llenaban las salas para ver a sus ídolos musicales en películas como Juventud rebelde (Jóvenes y rebeldes), Los falsos héroes, Viva la juventud, o Juventud desenfrenada, considerada la primer película de rock and roll en México…

Pero a principios de los años sesenta el rock and roll había tomado posesión de los muchachos de entonces y de algunos de sus padres buena onda que de pronto no entendían, pero se emocionaban con aquella música enloquecida, sin jaulas y sin almidón.

En los estados de la República surgieron asimismo grupos musicales de rock and roll: en Tijuana estaban Los Rocking Devils, en Sonora Los Apson Boys, en Guadalajara Los Gibson Boys, en Yucatán Los Babys y así.

Luego las disqueras harían el cambio comercial y artístico para dar paso a los solistas, como fueron los casos de Angélica María, Ricardo Roca, Alberto Vázquez, Manolo Muñoz, Dino, Enrique Guzmán, César Costa que, en general, hacían covers de melodías de Estados Unidos o europeas.

Muchos jóvenes estuvieron en esta batalla. Honor eterno a todos ellos. Sería incontable recorrer el camino del rock y mi directora me tiene amenazado de muerte si me excedo en tiempo y forma. De todos modos, algunos de estos rebeldes con o sin causa aún viven. Son muy queridos, a pesar de que uno u otro han sido latosos y malhumorados. No importa. Si importa que sean parte de las transformaciones de este país y que ellos las impulsaran como sin saberlo.

Fueron ellos quienes pusieron música de fondo a nuestras vidas y son los que tocaban a la puerta de nuestras soledades y alegrías. Lo dice Don Quijote: “Donde música hubiere, cosa mala no existiere…”

Ellos sabían del peso de su rebeldía y enfrentaron a una sociedad recatada, silenciosa y congelada. Ellos revitalizaron y dieron paso a la rebeldía que desde entonces está en los muchachos de las épocas siguientes, los mismos muchachos que luego vivirían el 2 de octubre en Tlatelolco y junio de 1971 en San Cosme.  Y que hoy cantan y bailan sus propias rolas y sus propios ritmos y sus propias ilusiones y recuerdan el Rock del angelito baja ya, baja ya, pero baja ya

Aquella música que fue novedad y rebeldía ahora es nostalgia. ¿Acaso se cumple lo que escrituró José Emilio Pacheco?: “Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años” Quizá sí. Quizá no.

¡Muévanse todos, al bailar…; Popotitos no es un primor, pero baila que da pavor, a mi popotitos yo le di mi amor…; Despeinada, ajá, ajá, despeinada, ajá, ajá…; Nos quedamos solos, como cada noche…; Que las cerezas están maduras eso lo sé…; Salí de viaje solo para ver si así, tú me querías como yo a ti…; Reconozco Señor que soy culpable, sé que fui un pecador imperdonable…  

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