La apoptosis, o muerte celular programada, es un proceso esencial para el mantenimiento de los tejidos, por lo que, es crucial para el desarrollo de los órganos del cuerpo.
Por ejemplo, durante la formación embrionaria del cerebro, se produce un exceso de neuronas que posteriormente experimentan apoptosis en un período de tiempo específico, eliminando hasta la mitad de las células inicialmente generadas.
La apoptosis permite regular el número de neuronas, asegurando la supervivencia de aquellas que son capaces de responder a señales químicas y eléctricas específicas, lo cual favorece el establecimiento de conexiones neuronales fuertes.
Así, neuronas funcionales pueden ser altamente longevas. El secreto para ello es que sean capaces de transmitir, a corta o larga distancia, señales químicas y eléctricas.
La muerte celular en las neuronas puede ser activada por una variedad de factores estresores, tanto internos como externos.
Algunos de los desencadenantes comunes de la apoptosis neuronal incluyen:
- El estrés oxidativo
- La presencia exacerbada de radicales libres, entre otros
Los anteriores pueden ser consecuencia de malos hábitos alimenticios, contaminación, o el sedentarismo.
Estos factores dañan el ADN, y otras estructuras celulares, propiciando la activación de genes pro-apoptóticos. Lo curioso es que estos cambios pueden observarse como alteraciones en la forma celular (Figura 1).
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Ejemplos de ello se aprecia en enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson y la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA).
A pesar de que la muerte celular en condiciones normales tiene como objetivo proteger la integridad de las células no dañadas, en estas enfermedades crónicas, se genera un efecto negativo que concluye en la pérdida progresiva de neuronas en regiones específicas del cerebro, lo cual a largo plazo provoca daños motores, pérdida de memoria y múltiple afectación en diversos órganos del cuerpo.
Nota publicada originalmente el Diario de Xalapa
*Instituto de Neuroetología, UV.