Orizaba, Ver.- Abril y mayo son ideales para echar a volar o empinar papalotes, pues corre aire, por lo que es temporada de elaborar cometas y palomas con papel china, engrudo, y carrizo. Es tiempo en que mujeres y hombres elaboran los juguetes artesanales para venderlos entre vecinos, familiares y amigos para mejorar su economía.
Los ofrecen en redes sociales, tianguis, mercados y colonias populares a precios accesibles. Hasta hace dos décadas aún se veía en el cielo estos artefactos de papel de colores sostenidos por hilo cáñamo, que vendían en la desaparecida Mercería “La Japonesa”.
- Puedes leer también: ¿20 rosas? La nueva tendencia en Veracruz para regalar flores con música de Los Ángeles Azules
Los meses de abril, mayo y junio se llenan de colores
Con ellos se elevaban la creatividad, la imaginación y los sueños de niños, adolescentes y jóvenes. Los campos de la ciudad estaban invadidos por papalotes, papagayos, pandorgas, murciélagos y otras figuras, dice Omar Rodríguez, padre de familia.
Fernando Gómez, abuelo del barrio de La Alameda, recuerda que construían cometas, desde las más sencillas hasta las complicadas, por el tamaño y forma. Los padres de familia ocupaban los fines de semana para llevar a sus hijos a hacer volar los papalotes.
Según la forma era el nombre. Así, había brujas, cometas, estrellas, palomas, aviones, cajones y cubos. A los más grandes les llamaban pandorgas.
Atrás del juguete volador se encontraba con pies firmes y destreza quien dirigía con el cordel, las acrobacias del papalote, que se llegaba a elevar hasta a 50 metros de altura.
Relata que para elevar el papalote o cometa utilizaban la calle, la azotea del vecino, o en medio del patio de vecindad. En la punta de la cola le ponían navajas, para cortar el hilo del adversario.
“A veces ganábamos y, otras, perdíamos el papalote que caía en las faldas del cerro del Borrego”, dice.
Fernando enseñó a mis hijos y luego nietos, a hacer las pandorgas con carrizo atado con hilo de cáñamo, armando de forma geométrica la liviana estructura, que en ocasiones llegaba a medir hasta dos metros de atura por 1.5 de largo.
Tenían secciones triangulares, romboides y cuadradas cubiertas con papel china y engrudo de almidón, con el que se vestía la armazón completa, que una vez forradas se asemejaban a un multicolor y llamativo mosaico.
La cola eran tiras de trapo, que hacían con una camisa vieja, para hacer contrapeso; una vez que la terminaba compraba en la Mercería "La Japonesa", una bola de hilo de cáñamo para elevar la pandorga o el murciélago.
Con los años, dice se convirtió en un experto volador de papalotes, que hacía se elevaran lo suficientemente alto como para hacerlo “colear”, zumbar y aterrizar como si fuera un avión de control.
En una ocasión, concluye, el viento sopló tan fuerte que el hilo de la pandorga no resistió, se rompió y la figura se perdió en el cielo. “Ese día lloré mucho y fue mi abuela Marielena la que me consoló; ella había visto el trabajo que me costó hacerla”.