Perote, Ver.- El zaguán cerrado con el aviso de “Propiedad federal” impide el paso a la Hacienda Los Molinos, motivo de curiosidad por las historias sobrenaturales que se cuentan de “boca en boca” y por su alto valor histórico.
Ubicado en la comunidad Los Molinos del municipio de Perote, el casco de la hacienda y sus ruinosos paredones son un atractivo para personas de distintas edades, quienes, confirman los pobladores, visitan el sitio y se conforman con verlo de fuera.
Justo detrás de la parroquia San José Los Molinos, entre la polvareda y el ir y venir de camiones de carga, se logra ver un área de varias hectáreas de donde sobresalen árboles de distintas especies.
Allí, donde dicen que han visto fantasmas y escuchado ruidos de difícil explicación, apenas se alcanza a ver una parte de la construcción. Dos perros ladran intensamente cuando alguien se acerca al zaguán para intentar ver qué hay al final del camino.
Un letrero indica que esa área formó parte de un programa de conservación de especies “pinus cembroides”, los cuales, por su gran tamaño y altura, impiden obtener una mejor visibilidad de la construcción.
Aunque comentan que hay quienes se arriesgan a entrar a la propiedad federal por los costados o la parte de atrás de la hacienda, rodeada con alambre de púas, en realidad está prohibido el acceso.
Los más jóvenes asisten bien entrada la tarde-noche en busca de comprobar si efectivamente les sale al paso algún fantasma o logran escuchar algún grito o lamento.
Les han contado que allí, además de haber sido un centro de trabajo para decenas de obreros, también fue un orfanato donde vivían niñas y niños abandonados o que sus padres no querían por la dificultad para educarlos.
Lo narrado de generación en generación ha causado un interés desmedido que cobra mayor fuerza en determinadas temporadas del año, comenta uno de los pobladores.
¿Cuál es la realidad de este lugar?
Investigación del historiador Abel Juárez Martínez indica que durante la Colonia fue un paraje donde los arrieros pasaban con sus mulas, después fue un mesón y luego una concentración de varias propiedades rústicas.
Apunta que desde 1800 la propiedad fue motivo de pleitos de posesión. La conocida inicialmente como área “Nuestra Señora de Belem de la Sierra de Agua”, luego fue nombrada San José de Los Molinos y pasó por herencia (1872) al comerciante español Joaquín Pérez Larrea, quien la traspasó a Juan Mier y Rubín en 1890.
En 1899 se formó una sociedad de acciones y para 1900 empezó el funcionamiento de “La Claudina”, fábrica de hilados y tejidos de Cándido Mier Pérez y Cía. De acuerdo con lo expuesto por el investigador, la finca y la fábrica funcionaron con un “sello de rigidez” y cierta manipulación psicológica.
A cargo estaban el contralor Ignacio Menéndez y seis administradores, todos de origen español. En la administración interna estaban un hombre y dos mujeres de nacionalidad mexicana. Allí hubo explotación laboral.
Arquitectura, de gran belleza
En cuanto a la arquitectura, cuando el edificio fue adquirido por Juan Mier, reestructuró la “casa grande”. De una planta pasó a ser de dos, con un estilo neoclásico afrancesado con varios ventanales y vitrales italianos con motivos renacentistas.
Entre los objetos novedosos estaban un reloj de los primeros que llegaron de Suiza y un pórtico con trabes labradas en piedra azul de una sola pieza que sostenían el balcón.
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El plano del casco de la Hacienda San José de Los Molinos indica que hubo tienda de raya, expendio de pulque, panadería, casas de mayordomía, arneses, macheros, establos, espigueros, troje de papa, chiqueros, talleres y parroquia con la imagen de San José. También jardines, fuente, una plaza, horno, espacio para coches y galera de estaciones fuera del casco.
En 1907 murió don Juan Mier y la heredera fue su esposa, Claudina Fernández, quien el día de fiesta patronal, después de las labores, les repartía a los trabajadores prendas de tela y desperdicios de la fábrica; a las mujeres les regalaba enaguas, rebozos y paños de tela para sus vestidos, y a los niños les daba dulces y “reales”.
“Estas escenas de ternura y bondad maternal resultaban contrastantes con el duro trato cotidiano de los administradores, y a pesar de que no compensaban el sufrimiento del resto de año, sí representaron un elemento psicológico de control”, anota Abel Juárez Martínez.
Los vestigios de la Hacienda Los Molinos siguen siendo objeto de estudio de investigadores, y aunque no hay acceso, permanecen como sitio de memoria con un impresionante paisaje natural de fondo: la peña del Cofre de Perote.
Nota publicada originalmente en Diario de Xalapa