A menudo, ante un golpe, una cortadura o una infección, el cuerpo humano reacciona generando abultamiento, ardor y aumento de la temperatura, lo que constituye la inflamación. Curiosamente, solemos asociar esta respuesta natural del organismo con algo negativo.
Frente a signos de inflamación, es común recurrir a cremas, ungüentos o pastillas para reducir la hinchazón, calmar el ardor o bajar la fiebre. Sin embargo, ¿es esto adecuado? ¿O es preferible permitir que el organismo resuelva naturalmente la inflamación?
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Para entenderlo mejor, debemos considerar tres aspectos clave: Primero, la inflamación es un proceso adaptativo que se ajusta según el estímulo y su duración. Segundo, su activación requiere la producción balanceada de moléculas pro y antiinflamatorias. Y tercero, su efecto beneficioso o perjudicial depende de la capacidad del organismo para regular su inicio y final.
Estos aspectos son fundamentales para la cicatrización y restauración de tejidos, ya que durante la inflamación se remueven células dañadas, se favorece el flujo sanguíneo y se restablece la comunicación celular. Todo esto requiere una colaboración entre diversas células y moléculas.
A nivel celular, la inflamación se manifiesta con rubor, calor, dolor y entumecimiento, mientras que a nivel bioquímico se producen moléculas como citocinas y quimiocinas, algunas potenciando la inflamación y otras deteniéndola.
Es esencial entender que la correcta activación y contención de la inflamación depende del estado fisiológico previo del organismo y del tipo de estímulo estresante. Por ello, la investigación científica ha catalogado la inflamación como aguda o crónica.
La inflamación aguda actúa como primera línea de defensa ante invasores como bacterias y virus, promoviendo la reparación celular. En cambio, la inflamación crónica, que persiste por semanas o meses, puede ser causada por factores como la exposición constante a sustancias irritantes, una dieta desequilibrada o factores genéticos.
Los efectos adversos de la inflamación no se limitan a la piel y los órganos internos, sino que también afectan al sistema nervioso, dando lugar a la neuroinflamación. Esta condición, si no es controlada por las células inmunológicas del cerebro, puede contribuir a enfermedades como Alzheimer, Parkinson y depresión.
El dolor persistente es uno de los síntomas más notables de la inflamación crónica, presente en enfermedades como artritis reumatoide y fibromialgia. Por ello, la inflamación y la neuroinflamación son áreas activas de investigación científica y clínica. Si bien la inflamación y la neuroinflamación son procesos naturales que favorecen la protección y reparación tisular, su desviación debido a malos hábitos de cuidado corporal o automedicación puede generar efectos adversos para la salud.
Nota publicada originalmente en Diario de Xalapa