Monte Blanco, Teocelo.- El aumento en los precios de las materias primas y la falta de material ha complicado la labor de artesanos de bambú de las localidades de Monte Blanco e Independencia, en Teocelo.
Con más de 40 años de tradición, esta zona del municipio es reconocida ya a nivel estatal y nacional por la elaboración de muebles de madera de bambú y artesanías de este material. A lo largo de la avenida que comunica a ambas localidades, hay decenas de talleres y negocios que comercializan estos productos.
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Sin embargo, a la crisis económica que les dejó la pandemia del Covid-19 se le ha sumado una dificultad más: la escasez de materias primas como la cascarilla de ratán que se utiliza para los amarres e incluso del propio bambú que ya no se está dando tanto en la zona.
Toda una vida trabajando la madera
Clemente Olmos Ortiz es artesano desde hace 47 años. Es uno de los precursores de esta actividad en el municipio de Teocelo y a lo largo de los años ha enseñado a trabajar la madera a sus tres hijos, quienes ya se dedican a lo mismo.
Entrevistado mientras talla trozo de bambú, explica que aunque el precio del gas, los barnices y los selladores han encarecido la producción de los muebles, hasta el momento son pocos los artesanos que han tomado la decisión de aumentar los costos al público debido al temor de que bajen las ventas. Explica que la mayoría ha preferido absorber estos gastos y ganarle “un poco menos” pero mantener la demanda.
Sin embargo, reconoce que lo que más preocupa a quienes han encontrado en el bambú una forma de vida es la escasez de materias primas necesarias como la cascarilla, un elemento que se utiliza para los amarres de las uniones. Señala que aunque durante mucho tiempo se tuvo parada la producción, a últimas fechas tomaron la decisión de sustituirlo con hilo de plástico color beige lo que provoca que los muebles ya no tengan la categoría de artesanal.
Pese al panorama desalentador, Clemente reconoce que hay trabajo suficiente para todos los artesanos ya que la zona ya es reconocida por la calidad de los productos de bambú que se elaboran. Presume que incluso llegan personas de otros estados de la república a encargar muebles que después se llevan a sus lugares de origen. “Ya no es necesario salir a vender sino que ya es la gente la que viene a hacer pedidos al pueblo. Es un trabajo que se hace desde la casa y no sirve para hacerse rico, pero sí para pasarla”, señala.
Respecto a la competencia que hay en la región, el artesano asegura que “el sol sale para todos”, aunque reconoce que el precio ha sido una inquietud que se ha tenido desde hace varios años cuando se planteó la posibilidad de establecer costos uniformes para los mismos trabajos.
En ese sentido, reconoció que esto no prosperó debido a que es preferible que cada quién le ponga precio a su trabajo y decida si va a venderlo más o menos caro que los demás. “Yo soy de la idea de que ‘el que tiene para comer pues va a comer pero el que no, pues que lo abarate’ porque de nada sirve tener el material o los muebles ya hechos si al cliente lo asustamos por los precios”.
Muebles de bambú: "Buenos, bonitos y baratos"
Miguel Morales Marín coincide en que, aunque el trabajo no ha faltado para quienes se dedican a elaborar los muebles de bambú, los aumentos en los insumos sí les ha bajado las ganancias. Reconoce que entre productos como el gas, el resistol o los barnices han encarecido la producción de muebles cuyos costos se han mantenido para no asustar a los clientes.
Explica que aunque cada artesano pone su precio dependiendo de la calidad y la dificultad del trabajo, en la localidad se pueden encontrar juegos de sala que van de los 2 mil 500 a los 4 mil pesos y mecedoras o columpios de los 500 a los mil pesos. Sin embargo, advierte que se trata de precios que dan en esta región ya que muchas veces los revendedores terminan dando precios mucho más elevados al punto de tener más ganancias que los propios fabricantes.
Morales Marín asegura que además de la parte estética, ambiental y económica, los muebles elaborados de bambú son sumamente durables ya que “bien curada” una pieza puede superar los 20 años de vida. “Los amarres se van aflojando con el tiempo y el color tiende a opacarse pero el trabajo queda por 20 años que ya es bastante. Es algo que ya no se ve en los muebles nuevos”, expone.
Nita publidada en Diario de Xalapa