En víspera del 24 de octubre, la Catedral metropolitana de Xalapa recibe a los fieles que visitan la tumba de san Rafael Guízar y Valencia. Hay quienes asisten por tratarse de una fecha festiva, pero también están personas como Beatriz Rascón Gómez, quien no necesita que sea octubre para agradecer los milagros que el santo ha hecho en su vida.
"Dos veces me ha salvado, una cuando era niña y otra en un accidente", dice con lágrimas en los ojos frente a la imagen del santo, el sitio donde además de ella están otras personas a quienes la fe congrega para refrendar su gratitud.
Beatriz Rascón comparte que para ella es importante la fiesta en honor de Guízar y Valencia, pero hace sus visitas siempre que puede. No importan ni el día ni la hora. S fe está más allá de fechas y busca que sus hijas también tengan de quién sostenerse en momentos difíciles.
Al recordar su niñez, se le vienen a la mente los tiempos en los que padecía asma y los constantes episodios que le hacían pasar a su mamá momentos de angustia y dolor.
A su madre la describe como una devota que puso a San Rafael Guízar y Valencia como interceptor ante Dios cuando estaba grave y solo un milagro podía salvarla. El milagro ocurrió, declara Beatriz, quien sanó y hasta hoy que tiene 50 años, está bien de salud.
El testimonio se refuerza con lo sucedido cuando a sus 23 años tuvo un accidente que la mantuvo entre la vida y la muerte. Para ella no hay duda, “Guízar y Valencia hizo su obra”.
A la distancia, la madre, esposa, trabajadora, amiga y católica declara que el Santo nunca los ha dejado. Los milagros e intervenciones se extienden a otros miembros de su familia.
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Originaria de Palmar Grande, Beatriz radica actualmente en Xalapa. Considera es importante hablar de Dios y, en este caso, de San Rafael: “Hemos pasado situaciones muy difíciles y él está allí para ayudarnos y salir fortalecidos”.
Menciona que ellos siempre están en oración y el saber que aún en la adversidad hay de dónde sostenerse se lo debe a su mamá, María Feliciana Gómez Álvarez. Ella cuenta con 84 años y su fe se fortalece día con día.
Beatriz Gómez, Carlos Martínez Uscanga y Valeria Macías Quirarte coincidieron en la Catedral metropolitana, allí donde hay limpieza y “una manita de gato” para que todo esté conforme a lo establecido para celebrar el 24 de octubre a San Rafael.
En breve entrevista, no solo coinciden en estar en un mismo lugar sino también en la idea de que cada vez es más compleja la vida y más las enfermedades y los desafíos por ir en el camino de Cristo. Sin embargo, recomiendan a quienes todavía no atienden el llamado, lo hagan.
“Hace falta fortalecer nuestra fe y nuestra espiritualidad. Mientras no tengamos fe, habrá cosas de las que no podremos salir adelante o se nos dificultarán más de lo normal”.
Carlos Martínez Uscanga atribuye a Guízar y Valencia su sanación del cáncer en la garganta. Ya lo habían desahuciado pero se encomendó al santo. A quince años de esos momentos, dice que él donde esté y con quien esté siempre hablará del santo, “nunca será suficiente para enaltecer su bondad”.
La Fiesta de San Rafael Guízar y Valencia, iniciada el pasado 16 de octubre, continúa este sábado 23 con eucaristías programadas para las 8:30, 18, 21 y 23 horas.
Como ya es tradición, el domingo 24, a las cero horas, se escucharán Las Mañanitas y a las 4:00 será la recepción de arcos florales de Teocelo y Piedra Parada.
Habrá además eucaristías a las 7:00, 8:30, 10:30, 12:30 y 18:00 horas. El rosario está programado para las 16 horas y a las 19 horas será la última eucaristía, con procesión de automóviles, con la reliquia de san Rafael.
Museo dedicado a vida y obra de San Rafael Guízar y Valencia
San Rafael Guízar y Valencia es recordado y reconocido por socorrer a quienes le tienen fe, sin embargo, pocos saben que se puede saber más de él en el museo ubicado en Xalapa, el cual está dedicado a su vida y obra.
A pesar de estar en marcha las actividades en su honor, son escasas las visitas registradas al recinto ubicado a solo dos cuadras de la Catedral metropolitana, en Juárez número 70, lamentan los encargados.
Además de puntualizar que el acceso es libre de costo y abierto a todas las personas, enfatizan que es interesante conocer a un personaje histórico. Por eso convocan a visitar el lugar, sin importar las creencias religiosas.
Al hacer el recorrido, el visitante tiene oportunidad de conocer más de quien a principios de enero de 1920 llegó procedente de Cuba. Se trataba del quinto obispo de Veracruz.
Al concluir el paseo por seis salas, se sabrán datos del nacimiento de Guízar y Valencia, su ordenación sacerdotal, sus misiones en los tiempos de la Revolución mexicana y sus luchas en la persecución religiosa en México.
También se sabrá de su muerte, el hallazgo de su cuerpo incorrupto y el proceso de su beatificación y canonización, hecho que llevó a Juan Pablo segundo a declararlo beato y, posteriormente, Santo, por Benedicto XVI.
Entre los objetos que también se pueden observar está la réplica de la pila bautismal donde fue bautizado el “niño Rafael”, en abril de 1878, hijo de Prudencio Guízar y Natividad Valencia, en la ciudad de Cotija, Michoacán.
Además, el cáliz de plata con baño de oro, un obsequio que se le hizo a San Rafael en Cuba al momento de su preconización como quinto obispo de Veracruz, en 1919.
También es exhibido un acordeón que alguna vez usó. Lo hicieron en Rusia a principios del siglo XX. Es de madera con incrustaciones de nácar y cuenta con el estuche original.
En una vitrina permanecen a la vista del público sus objetos personales: su bonete episcopal, el solideo que usó los últimos días de su vida y sus zapatillas episcopales.
Asimismo, su cruz pectoral, un fragmento de espejo, peine, afiladores de navajas, relojes de pulso y despertador, y la taza que usaba a la hora del desayuno.
Una característica del museo es que la historia del santo es presentada en primera persona. Así, el santo comparte que doce horas antes de su llegada al puerto de Veracruz, un terremoto sacudió la parte central del estado.
El sismo causó destrucción y cientos de muertos. Cuenta que de inmediato inició colectas y él mismo llevó la ayuda a los damnificados.
Al referirse al “llamado del Señor”, expresa que en febrero de 1938 lo trasladaron a la Ciudad de México. Las várices, la diabetes y su corazón lo tenían postrado en una silla.
A pesar de la situación, fue autorizado a decir misa sentado ante su pequeño altar portátil, con su Cristo y dos velitas. Llegó el 6 de junio y recordó que ese día era el aniversario de la primera vez que recibió al Señor, y de la primera vez que en 1910, recién ordenado, impartió la comunión.
“Esa mañana dije misa como de costumbre y cuando comulgué, supe que era mi última comunión. Pedí a mi hermano Antonio que me impusiera el escapulario de la Virgen del Carmen y, apenas, pasadas las 12 del día, el cielo abrió las puertas al más humilde de sus hijos”.