Desde su primera infancia a Gabriela Itzel Perea Lara le gustaba vestir con pantalón de mezclilla y botas, así como usar cabello muy corto. Su madre abonaba bastante, pues le cumplía sus gustos, la animaba y los respetaba, pero no pasaba lo mismo con la familia paterna, quienes siempre le señalaban que parecía “machorra” porque no usaba aretes ni cabello largo, lo que la hacía sentirse incómoda.
Ya en la secundaria, sus compañeros le decían “niño”, por lo que decidió dejar que su cabello creciera, además empezó a entablar relación con varones y a tener novio, pero se dijo que eso no era para ella y volvió a cortar su cabello.
Ya estando en la universidad, Gabriela se asume abiertamente como integrante de la comunidad LGBT y entabla una relación amorosa con una joven, pero como ésta no se aceptaba y tenía muchos prejuicios, la relación se dio con total discreción.
En 2015 conoció a otra chica que no tenía ningún problema con asumirse abiertamente como lesbiana, lo cual la empodera completamente e inician una relación abierta en la que no tenían nada que ocultar y podían caminar por la calle tomadas de la mano.
Esta relación le da el valor para poder abrirse con su familia, a lo cual su madre y hermanos le dijeron que sólo estaban esperando que ella lo dijera porque ya lo habían notado. Lo entendieron perfectamente y le brindaron todo su apoyo; lo mismo sucedió con sus amigos.
Asimismo lo pudo hablar con su abuela, persona muy importante en su vida, quien también lo entendió y la aceptó tal cual ella es.
Si su primera relación fue complicada porque no había apertura, en la segunda sucedió todo lo contrario, por lo que duró entre tres y cuatro años, pero como no todo es perfecto empezó a deteriorarse debido a los celos de su pareja, quien se molestaba por las visitas que hacía a su madre y hermanos y la situación empeoraba cuando de amigos se trataba. Con ella conoció el compromiso, lo que es vivir en pareja compartiendo gastos, responsabilidades y también sus bondades, lo que le deja mucha enseñanza.
Discriminación ya no le afecta
Si bien al principio le molestaba o incomodaba que por su manera de vestir, en camiones, taxis o restaurantes le llamaran joven o señor aun cuando no ocultaba su lado femenino, eso empezó a dejar de afectarle. No entendía si era afán sólo de molestar o incomodar.
Sólo con una amiga aún le cuesta lidiar porque ella cree que aún puede cambiar y ser una mujer “normal”.
Lo mismo pasó con la familia de su padre, donde incluso algunos de sus primos que también eran homosexuales la atacaban porque ellos también estaban reprimidos. Los comentarios que venían de parte de su familia sobre que parecía niño sí le causaban revuelo, por lo cual empezó a tener novios.
Fuera de eso, en el área laboral no se ha topado con ninguna limitante, por el contrario le han dado la confianza de mostrarse como ella es, pues ahí no se evalúa su inclinación sexual sino su capacidad.
Hoy Gabriela se asume como una mujer libre, feliz, empoderada y con la intención de compartir la vida con alguien pero sin generar dependencia.