Por décadas las historias que nos cuentan sobre acontecimientos en la ciudad han perdido esencia debido a que con el paso del tiempo algunos detalles se van perdiendo, ya que las principales características de las leyendas es que se van contando de generación en generación.
Cuando Córdoba aún era una villa surgió la historia del perro del Callejón de Lourdes cuando vivió un verdugo a quien por su ferocidad llamaban “El Ogro”, pues corrían los rumores de que además de quemar vivos a los indios y marcarlos con hierros candentes como si fueran animales tenía la bárbara costumbre de “aperrearlos”; para lo cual utilizaba mastines que perseguían a los esclavos quienes empavorecidos se refugiaban en las selvas vírgenes donde casi siempre eran destrozados.
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Por el año 1530 uno de aquellos perros de “El Ogro” se convirtió en un horrible demonio y después de destrozar entre sus filosos colmillos al hombre echando lumbre por los ojos se llevó su alma al fondo de los bosques donde lo perseguía sin descanso.
Las primeras civilizaciones reales que atravesaron por Huilango, región de Ahuilizapan ya hablaban del fantasma del Ogro, a quien perseguía un enorme mastín que tenía su cueva en un torrente pedregoso que corría entre selvas vírgenes sombreadas de higueras majestuosas.
Años después cuando los Treinta Caballeros fundaron la señorial Villa de Córdoba decían los primeros terratenientes que en la orilla del poblado, en un arroyo torrencial corría un perro salvaje que tenía sus guaridas y las abandonaba en las noches oscuras apareciéndose en las encrucijadas de los caminos convertido en fantasma.
A medida que el poblado se extendía hacia el rio corría el rumor de que el animal se dejaba ver con más frecuencia y las leyendas empezaron a tener extrañas descripciones hablando de un demonio en forma de perro que recorría los barrancos aullando lúgubremente.
Convento de San Antonio
En una ocasión unas jóvenes señoras, con el pretexto de ir una misa, una de ellas aprovechó para celebrar una cita con su caballero por aquellos rumbos regresando ambas casa cuando ya la calle estaba oscura y solitaria.
Al atravesar la Plazuela que había frente al Convento sintieron que alguien las seguía. Llenas de pavor las dos damas apresuraron el paso oyendo a sus espaldas un lúgubre aullido y al volver la cabeza vieron venir hacia ellas del fondo del sombrío callejón un perro con los ojos encendidos.
Temblando de horror cayeron de rodillas una junto a la otra y ya el animal se abalanzaba sobre ellas para devorarlas, cuando del Convento salió un monje y extendiendo las manos conjuró al horrible perro que, dando un bramido se hundió en la tierra haciéndola temblar y abriendo un hueco profundo. Luego que las mujeres se recuperaron del terrible susto quisieron dar las gracias al religioso, pero se dieron cuenta que éste había desaparecido. Junto a ellas había un enorme agujero que olía a azufre.
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La leyenda se encargó de decir que San Antonio había acabado para siempre con el horrible perro del demonio.
Desde aquella historia suscitada, se cree que el Santo envió a los infiernos por el profundo hoyo que todavía existía al horrible perro; el barrio se había tranquilizado por completo.
Nuestra Señora de Lourdes
Ya siendo conocido como el Callejón de Lourdes cuenta la leyenda que a finales de 1870 vino a vivir al Callejón una mujer que se creía era hechicera, en el barrio era conocida como la comadre Tuza. Con el tiempo trajo la mujer a su casa a una hermosa niña de ocho años que decía era su hijastra y a quien vestida de harapos obligaba a pedir limosna.
Había una distinguida dama muy piadosa en el mismo barrio que daba caridad a los necesitados. Un día, la niña que con frecuencia la visitaba contó llorando que hacía varias noches que se despertaba al oír voces y carcajadas en la habitación en la que la madrastra dormía y cuando se asomó para ver qué sucedía, se dio cuenta que el oscuro cuarto sólo estaba la comadre Tuza y un enorme perro negro que parecía tener los ojos de lumbre.
La señora al principio no hizo caso del inocente relato, pero la llevó a la capilla del Convento y rezándole a Nuestra Señora de Lourdes colocó una medallita a la niña rogándole que siempre la llevara consigo.
Cuando la muchachita llegó a la casa de la vieja, ésta le ordenó que fuera por al agua al río amenazándola con matarla a palos si no obedecía.
Temblando de miedo llegó la niña hasta la orilla del río y a su regreso sintió que la seguían, creyó oír voces que la llamaban por su nombre. Abandonando el cántaro echó a correr rumbo a la casa, y al dejar la vereda que desembocaba en el oscuro callejón vio entre las sombras al enorme perro y a la vieja que se abalanzaban sobre ella llenos de odio.
Ya la mujer la había tomado de los brazos para que el perro la destrozara cuando la camisa de la niña, que hacía grandes esfuerzos por soltarse se desabrochó dejando ver la medalla bendita que brilló como un rayo de luz.
Cuando vecinos corrieron a ver qué sucedía levantaron del suelo a la muchachita que se había desmayado; en el oscuro callejón alumbrado por la luz de la Luna no vieron más que a una niña muy hermosa vestida de harapos, que apretaba contra su corazón una medalla de nuestra Señora de Lourdes, y junto a ella dos enormes montones de encendido carbón donde la lumbre se fue apagando poco a poco.