Xalapa, Ver.-Cuando Sofía llegó al número 25 de la calle Belisario Domínguez en Xalapa, su corazón empezó a latir de prisa. Vivía por la zona de Los Berros y caminó despacio por Salvador Díaz Mirón y Cayetano Rodríguez Beltrán. Era un día luminoso, fresco. Desde niña, cuando empezó a interesarse en las artes plásticas, guardaba en su corazón el anhelo de este momento. Lo sintió en el alma cuando vio su nombre en la lista de aceptados por la Universidad Veracruzana y lo sentía ahora cuando estaba por llegar al umbral de la Facultad que la vería desarrollar sus intereses artísticos.
Antes de cruzar la puerta de la que sería su centro de estudios por varios años, Sofía cerró los ojos para imaginar “Noche de estrellas”, de Vincent van Gogh, ese cuadro que tanto le había impresionado desde niña y que no se cansaba de admirar. Ahí, delante de ese cielo estrellado podía quedarse horas, pensando en la profundidad de la noche y en la angustia de este hombre cuya vida conoció a través de la pluma de Irving Stone en “Anhelo de vivir”.
Todos sus deseos y amor por el arte se agolparon en ese umbral. Sabía que al cruzarlo dejaría de ser la Sofía de siempre, para convertirse en la arista que había deseado. Sus compañeras y compañeros, que apenas conocía on line, porque las primeras clases las estaba tomando de manera virtual, apenas y la notaron. —¿Estas bien?, le dijo un chico que se le acercó, cuando vio que empezaba a tocar las paredes. —Sí, sí, le contestó, apenada, al verse descubierta en este éxtasis de contemplación primigenia.
II
Así, montada en este vértigo existencial, Sofía escuchó a la orientadora y a los profesores que le mostraron la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana, las aulas y espacios de talleres y la Facultad de Música, un ícono también de la Máxima Casa de Estudios de Veracruz. Sumida en sus pensamientos, extasiada de alguna manera, Sofía apenas y logró escuchar las historias “de espanto” que uno de los profesores contó.
—Sí, dijo uno de los profesores, entre 1839 y 1845 estuvieron asentadas cinco fábricas textiles. El agua de estos lagos se canalizó de los diversos manantiales que existen en la ciudad. La fábrica más conocida fue “La Industrial Xalapeña”, construida por el irlandés Joe Welsh en el manantial de Tecuanapan, indicó el académico-guía.
Esta industria, permitió en gran medida el crecimiento socioeconómico de Xalapa, añadió el maestro. Cuando acabó el boom de la industria textilera el espacio fue abandonado y se convirtió en un foco insalubre y nido de alimañas para la ciudad. Fue hasta 1973, durante el gobierno de Rafael Murillo Vidal (1968-1974) cuando fue reinaugurado este espacio para disfrute de los xalapeños, indicó.
—Ah, por cierto, muchos alumnos dicen que han visto a una niña de color verde que corre por los pasillos, que se esconde entre los lienzos, los caballetes y los salones. Tengan cuidado, si la ven no la espanten ni se espante, bromeó el maestro, es inofensiva.
III
Esa noche, en su casa de la calle Juventino Rosas, Sofía no podía dormir. Había sido un día de muchas emociones. Abrazada por una tenue luz de una lámpara que le había regalado su abuela desde que era una niña, la joven daba vueltas en la cama. Se empezó a angustiar cuando al insomnio se sumó un dolor en el pecho. A las dos de la mañana le marcó a su madre, para decirle que se sentía angustiada. —Ha sido un día de muchas emociones, no te preocupes, ya se te pasará. Toma agua, le dijo la madre.
De pronto, su lamparita de dormir empezó a parpadear y se apagó. —Mamá, le dijo a su madre al otro lado de la línea. —Algo pasa, esto no es normal. Y otra vez, la lámpara empezó a prenderse y apagarse, como si de un corto circuito se tratara. Se levantó, buscó en su mochila una linterna de mano y se montó sobre su escritorio. Desde ahí podía ver los árboles de unos patios vecinos y escuchar el viento frío que caracteriza la víspera de Todos Santos y Día de Muertos.
Montada sobre su escritorio y abrazando su mochila escolar, la linterna de Sofía iluminó la oscuridad y cuando la lámpara volvió a prender y apagar dirigió el haz de luz hacia el buró y ahí estaba la “niña verde”, con un vestido largo y zapatos blancos, que brillaban con el rayo de luz artificial. No había expresiones en el rostro, ni sonrisa ni mirada.
IV
Con los gritos de Sofía llegó de inmediato a su habitación la señora de la casa. —¿Qué te pasa mija?, ¿Qué tienes? —Una niña verde, ahí estaba en mi buró, ahí, ahí la vi, dijo llorando la jovencita. —No te preocupes, dijo la señora. Ya la conocemos, es de la Facultad de Artes. Le caíste bien y quiso jugar contigo, pero no sabe que si aparece así puede asustar. Entiéndela, es una niña. Pero mira, vente a dormir a mi cuarto y ya mañana le ayudamos a regresar a su casa.
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Al otro día, mientras Sofía no se despegaba del teléfono, hablando con su madre, la dueña de la casa rezó, roció agua bendita en la habitación e hizo un caminito de flores amarillas, de Cempasúchil, desde Juventino Rosas hasta Belisario Domínguez. En la entrada de la Facultad de Artes puso una vela e hizo un último rezo, pidiendo a la niña que entrara. La verdad, pidió más, que encontrara el camino al cielo, con sus padres y con Dios, para que descansara en paz.