Como cada año lo encontramos atareado. No le gustan las fiestas ni ser foco de atención, pero sabe que el pueblo tiene necesidades y que acuden a él porque esperan una respuesta divina, la mano bondadosa de Dios que atiende a sus hijos. Aunque su corazón incorrupto ha viajado por todos lados y su ropa y pertenencias fueron entregadas como “reliquias”, él se encuentra íntegro y como siembre, atiende a todos los feligreses con un claro y sonoro “¡A sus órdenes!”.
—Oiga, ¿no le abruma tanto incienso, reconocimiento, flores y romerías? “Uno se acostumbra a estas manifestaciones de nuestro pueblo, pero uno no debe olvidar que los santos llegamos aquí no porque seamos muy buenos, perfectos, sin defectos, no, ¿sabe cuál es el asunto? Que nosotros nos dejamos querer de una manera especial por Dios. Si uno se deja querer Dios ayuda a controlar los defectos, le da a uno fuerzas para las dificultades y así la imperfección se va puliendo. La gracia de Dios es como una gota de agua, limpia, cristalina, que golpea constantemente la piedra de nuestros defectos, de nuestra humanidad, hasta convertirnos en bellas estatuas, agradable a su presencia”.
—¿Oiga don Rafael Guízar, eso de santo no es un adjetivo que suena raro para los hombres y las mujeres de hoy? “Sí, tal vez sí, pero fíjese que los santos son gente tan ordinaria, gente que ha comprendido que hay que vivir lo cotidiano con intensidad, pero sobre todo mirando al cielo, a Dios, al padre de todo cuanto existe y al dador de toda bendición. Hay muchos santos caminando por ahí, que no necesitan ni altar ni flores, hombres y mujeres valientes, muchos de ellos incluso sin religión, sin credo, pero con buenos principios, con buena voluntad”.
—¿Entonces no se necesita ser católico para alcanzar la santidad? “No necesariamente. La santidad católica tiene especificaciones, pero en general todos los hombres y mujeres estamos llamados a la perfección”.
—¿Cuál religión será la verdadera? “Esa pregunta no es muy noble de su parte, porque cuando hablas de ‘verdadera’ excluyes a las otras y déjame decirte que hay cientos de religiones diferentes a la católica. Te explico con un ejemplo, si un amigo tuyo muy importante te invita a una fiesta en su casa, no te va a decir ‘tienes que llegar por esta y esta otra calle’. No, no. A él no le interesa por qué calle llegues o si vengas en burro, en avión, tren o auto. Le interesa que llegues y eso será lo importante para él. Si te pregunta molesto ¿por qué no te viniste por esta ruta, sería una descortesía de su parte, ¿no crees?”.
—¿Qué siente que le digan San Rafael Guízar y Valencia? “Mire, no me creo mucho eso, porque ‘santo’ es un nombre muy grande, prefiero la sencillez, utilizar mi encargo para ayudar, para llevar los recados a quien tengo que llevárselos”.
—O sea que usted ve constantemente al mero mero? “Pues sí, estoy en comunicación constantes con él, porque finalmente su presencia lo abarca todo, soy todo en Él”.
—¿Y no es difícil llevarle todos los días tantas peticiones? “La verdad es que sí, sobre todo porque le gente viene a pedir tantas cosas, cosas que ellos mismos pueden solucionar pero que no quieren, no tienen creatividad o sencillamente les da flojera. Además, hay algo importante, mucha gente viene solo cuando necesita algo, cuando tiene un problema fuerte. Cuando les va bien, tienen bienestar y todo, no se preocupan por agradecer a DIOS”.
—¿Me imagino que lleva un montón de folders en el brazo para los trámites en el cielo? “Sí, siempre es lo mismo, cargo un portafolio repleto, pero al momento de llegar con el Señor, tengo que seleccionar muy bien. La gente de buen corazón, la más sincera, la más necesitada, la que menos tiene. En otros casos es más sencillo porque le pido a Dios que mueva los corazones de otros hombres, para que al mismo tiempo ayuden a los que necesitan algo”.
—¿O sea que no siempre interviene directamente? “No siempre. Hay muchas personas de buena voluntad que son aliados de los santos porque nos ayudan a cumplir la misión”. —¿Le piden muchos milagros? “Miles y miles. Sin embargo, me da tristeza que muchas personas no se emocionan con una mañana fresca, como las que constantemente tenemos aquí en Xalapa, o con una puesta de sol en Los Lagos del Dique o en el cerro del Macuiltépetl. La gente quiere milagros grandilocuentes, pero se olvida de los milagros ordinarios, de la risa de alguien en la calle, de un saludo, de una atención, de la charla con un amigo, del nacimiento de un bebé y de tantas cosas sencillas que hacen grande, agradable y feliz la vida”.
—¿Le sigue molestando el fervor externo? “No es que me moleste, más bien me entristece. En estos días recibo cientos de veladoras, medallas y rosarios. Pero más me gustaría que la gente se tratara bien, que intentaran, amarse, respetarse. ¿De qué sirve una medalla e incluso una limosna si te enojas con tu hermano, con tu hermana, si haces daño, si ofendes, gritas, etcétera?
—Pero la iglesia promueve mucho esto. “Sí, desafortunadamente, muchos sacerdotes, catequistas y laicos promueven una fe externa, de ritual, de prácticas, que no va acompañada de verdaderos sentimientos y de acciones al prójimo. Lo que más le pido a Dios, ahora que convivo más de cerca con él, es que mueva los corazones para que las personas sean más humanas, menos egoístas y apegados a sí”.
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La entrevista concluye con un sonoro “A sus órdenes”. Luego de despedirme levanta la mirada al cielo, acaricia las manos de una anciana, toca la cabeza de otra persona y en su alforja acomoda más papeles que le entregan, peticiones y peticiones.