/ domingo 11 de julio de 2021

Relatos dominicales: Una mirada a la vulnerabilidad humana

En esta entrega Miguel Valera nos cuenta sobre Juan Nepomuceno que solo quería repetir la historia del escritor que superó la adversidad con una enorme tenacidad

Xalapa, Ver.-La vida de Juan Nepomuceno, en un pueblito de la montaña veracruzana, desde donde podía ver la majestuosidad del Citlaltépetl, jamás se podría comparar con la del editor de la revista de moda francesa Elle, Jean Dominique Bauby, quien un día, en el pináculo de la fama, a los 43 años, sufrió un ataque cerebrovascular para quedar cuadripléjico. El reconocimiento y el glamour de nada le sirvieron frente a la vulnerabilidad de su cuerpo que sólo podía comunicarse a través del pestañeo del ojo izquierdo.

Con todo y eso, don Jean Dominique logró escribir un maravillo libro que tituló “La escafandra y la mariposa”, para referir cómo una persona, encerrada en un equipo de buceo, para observar las profundidades del mar, podía volar con las alas de la imaginación, como una brillante mariposa. Así, con el pestañeo de su ojo izquierdo, el periodista dictó a una aplicada asistente este libro de 200 mil palabras, expresadas a dos por cada minuto.

Juan Nepomuceno se emocionó cuando conoció esa historia. Esperó con ansia el libro, que vendió 25 mil copias en un día y 150 mil en una semana, cuando salió a la luz en 1997, convirtiéndose en un best-seller. El 9 de marzo de ese año, tres días después de la publicación de la obra, el periodista francés falleció a consecuencia de una neumonía. “Fue impresionante la tenacidad de este hombre”, decía don Juan, cuando conoció la historia y esperaba que alguna editorial española publicara la traducción.

II


Un amigo suyo de la ciudad, el doctor Olaya, con quien solía tomar café en La Parroquia del centro de la ciudad y caminar hacia el parque Juárez para admirar la majestuosidad del Citlaltépetl, le contó un día, al ver su interés sobre la historia de Bauby, que el síndrome de cautiverio, Locked-in Syndrome, era una extraña enfermedad, causada generalmente, por una lesión cardiovascular que daña zonas importantes del tronco cerebral, pero sin causar lesiones en los hemisferios cerebrales.

El parpadeo del paciente permite el diagnóstico, por estos movimientos oculares verticales voluntarios, emanan del mesencéfalo. La etiopatogenia más frecuente es la isquemia de la protuberancia, le dijo don Chema Olaya, sin que Juan Nepomuceno entendiera mucho. Él sólo quería repetir la historia de este hombre que superó la adversidad con una enorme tenacidad, dejando para la posteridad este maravilloso libro que pronto tuve en sus manos en la edición castellana.

Ahí, en otro día de café, le leyó a su amigo el doctor Olaya: “Mi vida dio un vuelco el viernes 8 de diciembre del pasado año. Hasta entonces jamás había oído hablar del tronco cerebral. Aquel día descubrí de golpe y porrazo esa pieza maestra de nuestro ordenador de a bordo, cuando un accidente cerebrovascular puso dicho tronco fuera de circulación. Sobrevives, pero inmerso en lo que la medicina anglosajona ha bautizado con toda justicia como 'locked-in syndrom': paralizado de los pies a la cabeza, el paciente permanece encerrado en el interior de sí mismo, con la mente intacta y el parpadeo del ojo izquierdo como único medio de comunicación”.

III

Mira, Chema, le dijo Juan Nepomuceno esa tarde a su amigo el doctor Olaya. Somos hijos de la vulnerabilidad. Tenemos un cuerpo con una maquinaria perfecta y no nos damos cuenta hasta que algo empieza a fallar. Sólo ese día nos damos cuenta de la perfección, pero antes, vivimos como si nada, como dioses de este Olimpo que hemos construido sobre nuestros propios hombros.

Tienes razón, añadió el galeno frente a una taza humeante de café lechero, el mejor que servían en toda la región. —¿Recuerdas la historia de Pablo de Tarso?, preguntó Nepomuceno al galeno. —Claro que sí la recuerdo, pero tú sabes que no me gusta hablar de religión. —Lo sé, querido amigo, pero esa historia es significativa y me recuerda a Jean Dominique Bauby, este periodista que se encontraba en la plenitud de la vida y de la fama en esa ciudad luz. Aunque él no lo haya visto así, en realidad Dios lo tiró del caballo, para mostrarle su vulnerabilidad y con todo nos regaló esta maravillosa historia que hay que leer.

—Sí lo recuerdo querido amigo. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, dice el texto que refiere este encuentro entre el hombre caído del caballo y Jesús, el perseguido. —Pues eso pienso cuando conozco casos como el del periodista francés y otros. —Sí, tienes razón, pero no siempre es un tema religioso. —No, claro. Sólo me vino a la mente la figura de ese encuentro y del hombre caído del caballo. Los seres humanos tenemos un cuerpo perfecto, pero somos muy vulnerables y de pronto la naturaleza nos tira del caballo. —Tienes razón, querido amigo, añadió Olaya, mientras daba un sorbo a la taza del humeante café.

IV

Somos hijos de la perfección, añadió Juanito Nepomuceno, pero también de la vulnerabilidad y por ende de la contingencia, refrendó, mientras sorbía también de la taza de café caliente y observaba, en la calle a un par de jóvenes enamorados que buscaban con ansia sus bocas, intentando eternizar el tiempo. —Sí, tienes razón querido amigo. Voy a leer ese libro de “La escafandra y la mariposa” para que otro día podamos conversar con mayor amplitud, concluyó el galeno, mientras remojaba la canilla en el café lechero.

Xalapa, Ver.-La vida de Juan Nepomuceno, en un pueblito de la montaña veracruzana, desde donde podía ver la majestuosidad del Citlaltépetl, jamás se podría comparar con la del editor de la revista de moda francesa Elle, Jean Dominique Bauby, quien un día, en el pináculo de la fama, a los 43 años, sufrió un ataque cerebrovascular para quedar cuadripléjico. El reconocimiento y el glamour de nada le sirvieron frente a la vulnerabilidad de su cuerpo que sólo podía comunicarse a través del pestañeo del ojo izquierdo.

Con todo y eso, don Jean Dominique logró escribir un maravillo libro que tituló “La escafandra y la mariposa”, para referir cómo una persona, encerrada en un equipo de buceo, para observar las profundidades del mar, podía volar con las alas de la imaginación, como una brillante mariposa. Así, con el pestañeo de su ojo izquierdo, el periodista dictó a una aplicada asistente este libro de 200 mil palabras, expresadas a dos por cada minuto.

Juan Nepomuceno se emocionó cuando conoció esa historia. Esperó con ansia el libro, que vendió 25 mil copias en un día y 150 mil en una semana, cuando salió a la luz en 1997, convirtiéndose en un best-seller. El 9 de marzo de ese año, tres días después de la publicación de la obra, el periodista francés falleció a consecuencia de una neumonía. “Fue impresionante la tenacidad de este hombre”, decía don Juan, cuando conoció la historia y esperaba que alguna editorial española publicara la traducción.

II


Un amigo suyo de la ciudad, el doctor Olaya, con quien solía tomar café en La Parroquia del centro de la ciudad y caminar hacia el parque Juárez para admirar la majestuosidad del Citlaltépetl, le contó un día, al ver su interés sobre la historia de Bauby, que el síndrome de cautiverio, Locked-in Syndrome, era una extraña enfermedad, causada generalmente, por una lesión cardiovascular que daña zonas importantes del tronco cerebral, pero sin causar lesiones en los hemisferios cerebrales.

El parpadeo del paciente permite el diagnóstico, por estos movimientos oculares verticales voluntarios, emanan del mesencéfalo. La etiopatogenia más frecuente es la isquemia de la protuberancia, le dijo don Chema Olaya, sin que Juan Nepomuceno entendiera mucho. Él sólo quería repetir la historia de este hombre que superó la adversidad con una enorme tenacidad, dejando para la posteridad este maravilloso libro que pronto tuve en sus manos en la edición castellana.

Ahí, en otro día de café, le leyó a su amigo el doctor Olaya: “Mi vida dio un vuelco el viernes 8 de diciembre del pasado año. Hasta entonces jamás había oído hablar del tronco cerebral. Aquel día descubrí de golpe y porrazo esa pieza maestra de nuestro ordenador de a bordo, cuando un accidente cerebrovascular puso dicho tronco fuera de circulación. Sobrevives, pero inmerso en lo que la medicina anglosajona ha bautizado con toda justicia como 'locked-in syndrom': paralizado de los pies a la cabeza, el paciente permanece encerrado en el interior de sí mismo, con la mente intacta y el parpadeo del ojo izquierdo como único medio de comunicación”.

III

Mira, Chema, le dijo Juan Nepomuceno esa tarde a su amigo el doctor Olaya. Somos hijos de la vulnerabilidad. Tenemos un cuerpo con una maquinaria perfecta y no nos damos cuenta hasta que algo empieza a fallar. Sólo ese día nos damos cuenta de la perfección, pero antes, vivimos como si nada, como dioses de este Olimpo que hemos construido sobre nuestros propios hombros.

Tienes razón, añadió el galeno frente a una taza humeante de café lechero, el mejor que servían en toda la región. —¿Recuerdas la historia de Pablo de Tarso?, preguntó Nepomuceno al galeno. —Claro que sí la recuerdo, pero tú sabes que no me gusta hablar de religión. —Lo sé, querido amigo, pero esa historia es significativa y me recuerda a Jean Dominique Bauby, este periodista que se encontraba en la plenitud de la vida y de la fama en esa ciudad luz. Aunque él no lo haya visto así, en realidad Dios lo tiró del caballo, para mostrarle su vulnerabilidad y con todo nos regaló esta maravillosa historia que hay que leer.

—Sí lo recuerdo querido amigo. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, dice el texto que refiere este encuentro entre el hombre caído del caballo y Jesús, el perseguido. —Pues eso pienso cuando conozco casos como el del periodista francés y otros. —Sí, tienes razón, pero no siempre es un tema religioso. —No, claro. Sólo me vino a la mente la figura de ese encuentro y del hombre caído del caballo. Los seres humanos tenemos un cuerpo perfecto, pero somos muy vulnerables y de pronto la naturaleza nos tira del caballo. —Tienes razón, querido amigo, añadió Olaya, mientras daba un sorbo a la taza del humeante café.

IV

Somos hijos de la perfección, añadió Juanito Nepomuceno, pero también de la vulnerabilidad y por ende de la contingencia, refrendó, mientras sorbía también de la taza de café caliente y observaba, en la calle a un par de jóvenes enamorados que buscaban con ansia sus bocas, intentando eternizar el tiempo. —Sí, tienes razón querido amigo. Voy a leer ese libro de “La escafandra y la mariposa” para que otro día podamos conversar con mayor amplitud, concluyó el galeno, mientras remojaba la canilla en el café lechero.

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