Me hubiera gustado conocer a don Pío Quinto Estévez Solís. Fue dueño de la Isla Montosa en la Laguna de Coyuca en Pie de la Cuesta, Guerrero y vivió ahí 104 años, muy feliz, con siete esposas. “Quiso tanto a esta isla, que ni muerto quiso salir de aquí”, me dice Esmeralda Estévez, una de sus nietas, quien administra, al lado de su esposo Víctor Téllez Radilla, el restaurante “Chocokrispi”, en donde se pueden comer las mejores mojarras enchipotladas de toda la región.
Don Pío Quinto —cuyo nombre me recordó a un viejo abogado que conocí en Xalapa y que lamentablemente fue asesinado— se le recuerda en toda la región porque fue el propio presidente Lázaro Cárdenas del Río quien le regaló esta isla y ahí feliz, insisto, se fue a vivir con siete mujeres y batalló una gran parte de su vida con los cocodrilos, dueños originarios de esta laguna.
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En el camino a este sitio, pescadores nos ofrecen “cuatetes”, unos peces que tienen fama por sus propiedades afrodisiacas. Aunque no las necesitamos, compramos algunos para degustarlos en la comida junto a las mojarras enchipotladas. En tanto, pienso en las siete mujeres de don Pío Quinto. El siete, reflexiono, significa perfección en la cultura hebrea. Por eso, se lee en el libro del Génesis, Dios creó el mundo en “siete” días. Igual, pienso, siete mujeres, es el número perfecto, para una situación de vida perfecta. La llegada a la isla me saca de mis cavilaciones.
Don Víctor Téllez y doña Esmeralda nos reciben con las mojarras listas, recién sacadas de la laguna. “Yo nací en esta Isla, me dice doña Esmeralda. Se la regaló el señor Lázaro Cárdenas cuando era presidente, con la condición de que la poblara. Entonces él se buscó siete esposas. Yo aquí nací. Mis hijos todos nacieron aquí y aquí estamos. Mi abuelo quiso tanto a esta isla que ni muerto quiso salir de aquí. Cuando aún estaba fuerte mandó a hacer su panteón, legalizado y aquí lo tenemos”.
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—¿Cuántos “cuatetes” se comía a diario, para dar batalla a las siete esposas?, le pregunto a Víctor Téllez, quien sonriente me muestra la fotografía que tienen en el lugar, en honor al fundador de esta comunidad. “Tengo recuerdos muy bonitos. Mi abuelo fue muy cariñoso, muy bueno. La vida en la isla fue siempre muy hermosa, sin preocupaciones de nada. Tuve una infancia muy feliz y esta isla me la sé con los ojos cerrados”, me dice Esmeralda.
“La laguna es muy generosa. Aquí comemos mojarra, camarón, cuatete. Nunca nos falta nada. Hace mucho calor. En tiempo de lluvia el agua sube un poco, pero nunca nos ha pasado nada, gracias a mi Dios. Aquí llegamos a vivir más de cien personas, cuando mi abuelo vivió. Cuando él murió muchos se empezaron a ir. Tuvo siete mujeres, pero sólo tuvo hijos con una. A la principal le decía la Catedral y a las otras las capillitas. Sólo tuvo hijos con la Catedral. Todas las esposas fallecieron. La última falleció hace unos tres años”, indica.
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“Los invito a conocer la isla, a saborear lo que tenemos aquí, pescados fresquesitos. Los invito a todos para que conozcan la historia de la isla Montosa, la vida de mi abuelo y de todos nosotros”, me dice esta mujer de la isla Montosa, mientras el sol de la tarde empieza a acariciar las apacibles aguas de esta laguna guerrerense. Le agradezco los peces y la conversación y me despido, acompañado de Ángel Leodegario y su hijo, mis guías y anfitriones.