/ domingo 24 de octubre de 2021

Tocó fondo emocionalmente; así pudo salir de ese problema

Tras años de crisis nerviosas, ataques de pánico, sensaciones permanentes de miedo e inestabilidad en el grupo Neuróticos Anónimos le ofrecieron la oportunidad de recuperarse

Xalapa, Ver.-A los 19 años, Ian tocó fondo emocional y tuvo que ser ingresado en la Casa Hogar “Buena Voluntad”. Incapaz de poder cuidar de sí mismo o de permitir que otros le cuidaran, el joven tomó la decisión de darse un tiempo en terapia intensiva emocional, poner un alto en su vida y alejarse de todo para sanar. “Mi vida ya estaba tronada, la gente a mi alrededor me lo decía y así lo sentía yo también”, reconoce.

El veracruzano asegura que, tras años de crisis nerviosas, ataques de pánico, sensaciones permanentes de miedo e inestabilidad en el grupo Neuróticos Anónimos le ofrecieron la oportunidad de recuperarse en este espacio de manera gratuita a cambio de llevar a cabo terapias ocupacionales.

 

 

Así, dejó atrás la universidad, la familia, el trabajo y a sus amigos para irse a Oaxaca con la esperanza de que a su regreso todo fuera mejor. “La verdad es que yo tenía mucho miedo de irme, pero me aventé porque ya estaba muy mal”.

Aunque no se considera un “anexo”, en la Casa Hogar “Buena Voluntad” los habitantes tienen que permanecer aislados durante todo el tiempo que dure su recuperación, deben respetar los horarios establecidos para despertar, bañarse, alimentarse y limpiar además de participar de reuniones de Neuróticos Anónimos e integrarse en actividades productivas.

Desde su llegada, Ian fue asignado a las labores de la cocina y la panadería con la que cuenta la Villa Buena Voluntad. Esta última actividad no sólo le cambió la vida dentro de la casa, sino que se ha convertido en su manera de obtener ingresos una vez reintegrado a la sociedad. “Aprendí el oficio del pan y fue entonces cuando me di cuenta que al estar ocupado amasando el pan lograba hacer a un lado mi ansiedad y mis pensamientos de que me iba a morir o a volverme loco. Se me olvidaban”.

El proceso no fue fácil, reconoce, y en varias ocasiones sintió la necesidad de salir de ahí ya que no sabía nada de lo que sucedía fuera de la casa. Sin embargo, no desistió y tras 10 meses en este lugar recibió su “alta”.

Aunque no se considera como “recuperado”, actualmente Ian ha recuperado su vida. Regresó a casa con su mamá, se reincorporó a la universidad y está a punto de concluir la licenciatura en Mercadotécnica. No ha dejado la panadería y tiene el sueño de abrir un negocio de este rubro. Además, asiste diariamente a sus reuniones de Neuróticos Anónimos, ahora virtuales debido a la pandemia.

Toda una vida luchando contra la neurosis

Desde pequeño, Ian comenzó a tener “miedos”. Sus primeros recuerdos no son los de un niño “normal” que juega y socializa con otros, sino que se recuerda aislado y temeroso todo el tiempo. Los problemas de Ian se agudizaron conforme fue creciendo y se daba cuenta que era diferente a los demás.

“Mi familia siempre se ha considerado como ‘nerviosa’, se asumen como nerviosos. Entonces al principio mi mamá pensó que yo había heredado eso de su familia, pero conforme fue pasando el tiempo se dio cuenta que era algo más que nervios”, platica el joven de 24 años.

Mientras que su infancia se caracterizó por los miedos, en su adolescencia llegaron los ataques de tristeza e ira. Ian se recuerda enojado todo el tiempo y sin saber por qué. “Odiaba a la sociedad y vivía en una etapa de depresión constante”, reconoce.

Pero los problemas no sólo estaban en su cabeza sino también en su cuerpo. Y es que vivía constantemente enfermo. A los cinco años fue diagnosticado con gastritis y colitis nerviosa por los médicos del IMSS. Se trataba de un caso atípico en un menor de su edad. A los 12, Ian iba a consultas médicas al menos dos veces a la semana por padecimientos gastrointestinales, enfermedades respiratorias y dolores en diferentes partes del cuerpo. A los 14 años un doctor le dijo que estaba más enfermo que un paciente de 60 años y que a ese ritmo no llegaría vivo a esa edad. “En ese momento empecé con la idea de que me iba a morir y a desarrollar mucho miedo de no llegar a ser un adulto”.

A los 17 años, a la lista de padecimientos se sumó el insomnio. Durante 9 meses Ian no pudo conciliar el sueño de manera normal y ‘tocó fondo’ en su estado físico y emocional. Fue entonces cuando su psicólogo le dijo que no podía hacer nada por él y lo derivó a un psiquiatra para comenzar con un tratamiento médico. “Cuando el único psicólogo que parecía estarme ayudando me dice eso yo lo sentí como una sentencia de locura. A partir de ese momento eran dos obsesiones en mi mente: el miedo a morir y el miedo a volverme loco”

Pese al miedo que implicó para él la atención psiquiátrica, la medicación surtió efecto en Ian y le permitieron llevar una vida más tranquila. Sin embargo, esa sensación de sentirse “normal” por primera vez en la vida lo llevó a “irse al otro extremo” y comenzó a salir más, a beber, a consumir drogas, a frecuentar sitios peligrosos y a pagar por sexo.

“Después de un tiempo de estos excesos regresaron los miedos, pero en mayor medida. Comencé a tener ataques de ansiedad más graves al grado de sentir parálisis. Ese fue mi fondo emocional y fue en ese momento cuando llegué a Neuróticos Anónimos”, señala.

Te puede interesar: Ve cuáles son los comportamientos de un jovencito neurótico

Fue en este lugar en donde le ofrecieron la posibilidad de integrarse a una de las casas hogar con las que cuenta la institución, sin embargo, fue hasta el tercer ingreso cuando aceptó recibir informes de la casa y tras hablarlo con su familia decidió ingresar a la villa ubicada en la ciudad de Oaxaca.

Xalapa, Ver.-A los 19 años, Ian tocó fondo emocional y tuvo que ser ingresado en la Casa Hogar “Buena Voluntad”. Incapaz de poder cuidar de sí mismo o de permitir que otros le cuidaran, el joven tomó la decisión de darse un tiempo en terapia intensiva emocional, poner un alto en su vida y alejarse de todo para sanar. “Mi vida ya estaba tronada, la gente a mi alrededor me lo decía y así lo sentía yo también”, reconoce.

El veracruzano asegura que, tras años de crisis nerviosas, ataques de pánico, sensaciones permanentes de miedo e inestabilidad en el grupo Neuróticos Anónimos le ofrecieron la oportunidad de recuperarse en este espacio de manera gratuita a cambio de llevar a cabo terapias ocupacionales.

 

 

Así, dejó atrás la universidad, la familia, el trabajo y a sus amigos para irse a Oaxaca con la esperanza de que a su regreso todo fuera mejor. “La verdad es que yo tenía mucho miedo de irme, pero me aventé porque ya estaba muy mal”.

Aunque no se considera un “anexo”, en la Casa Hogar “Buena Voluntad” los habitantes tienen que permanecer aislados durante todo el tiempo que dure su recuperación, deben respetar los horarios establecidos para despertar, bañarse, alimentarse y limpiar además de participar de reuniones de Neuróticos Anónimos e integrarse en actividades productivas.

Desde su llegada, Ian fue asignado a las labores de la cocina y la panadería con la que cuenta la Villa Buena Voluntad. Esta última actividad no sólo le cambió la vida dentro de la casa, sino que se ha convertido en su manera de obtener ingresos una vez reintegrado a la sociedad. “Aprendí el oficio del pan y fue entonces cuando me di cuenta que al estar ocupado amasando el pan lograba hacer a un lado mi ansiedad y mis pensamientos de que me iba a morir o a volverme loco. Se me olvidaban”.

El proceso no fue fácil, reconoce, y en varias ocasiones sintió la necesidad de salir de ahí ya que no sabía nada de lo que sucedía fuera de la casa. Sin embargo, no desistió y tras 10 meses en este lugar recibió su “alta”.

Aunque no se considera como “recuperado”, actualmente Ian ha recuperado su vida. Regresó a casa con su mamá, se reincorporó a la universidad y está a punto de concluir la licenciatura en Mercadotécnica. No ha dejado la panadería y tiene el sueño de abrir un negocio de este rubro. Además, asiste diariamente a sus reuniones de Neuróticos Anónimos, ahora virtuales debido a la pandemia.

Toda una vida luchando contra la neurosis

Desde pequeño, Ian comenzó a tener “miedos”. Sus primeros recuerdos no son los de un niño “normal” que juega y socializa con otros, sino que se recuerda aislado y temeroso todo el tiempo. Los problemas de Ian se agudizaron conforme fue creciendo y se daba cuenta que era diferente a los demás.

“Mi familia siempre se ha considerado como ‘nerviosa’, se asumen como nerviosos. Entonces al principio mi mamá pensó que yo había heredado eso de su familia, pero conforme fue pasando el tiempo se dio cuenta que era algo más que nervios”, platica el joven de 24 años.

Mientras que su infancia se caracterizó por los miedos, en su adolescencia llegaron los ataques de tristeza e ira. Ian se recuerda enojado todo el tiempo y sin saber por qué. “Odiaba a la sociedad y vivía en una etapa de depresión constante”, reconoce.

Pero los problemas no sólo estaban en su cabeza sino también en su cuerpo. Y es que vivía constantemente enfermo. A los cinco años fue diagnosticado con gastritis y colitis nerviosa por los médicos del IMSS. Se trataba de un caso atípico en un menor de su edad. A los 12, Ian iba a consultas médicas al menos dos veces a la semana por padecimientos gastrointestinales, enfermedades respiratorias y dolores en diferentes partes del cuerpo. A los 14 años un doctor le dijo que estaba más enfermo que un paciente de 60 años y que a ese ritmo no llegaría vivo a esa edad. “En ese momento empecé con la idea de que me iba a morir y a desarrollar mucho miedo de no llegar a ser un adulto”.

A los 17 años, a la lista de padecimientos se sumó el insomnio. Durante 9 meses Ian no pudo conciliar el sueño de manera normal y ‘tocó fondo’ en su estado físico y emocional. Fue entonces cuando su psicólogo le dijo que no podía hacer nada por él y lo derivó a un psiquiatra para comenzar con un tratamiento médico. “Cuando el único psicólogo que parecía estarme ayudando me dice eso yo lo sentí como una sentencia de locura. A partir de ese momento eran dos obsesiones en mi mente: el miedo a morir y el miedo a volverme loco”

Pese al miedo que implicó para él la atención psiquiátrica, la medicación surtió efecto en Ian y le permitieron llevar una vida más tranquila. Sin embargo, esa sensación de sentirse “normal” por primera vez en la vida lo llevó a “irse al otro extremo” y comenzó a salir más, a beber, a consumir drogas, a frecuentar sitios peligrosos y a pagar por sexo.

“Después de un tiempo de estos excesos regresaron los miedos, pero en mayor medida. Comencé a tener ataques de ansiedad más graves al grado de sentir parálisis. Ese fue mi fondo emocional y fue en ese momento cuando llegué a Neuróticos Anónimos”, señala.

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Fue en este lugar en donde le ofrecieron la posibilidad de integrarse a una de las casas hogar con las que cuenta la institución, sin embargo, fue hasta el tercer ingreso cuando aceptó recibir informes de la casa y tras hablarlo con su familia decidió ingresar a la villa ubicada en la ciudad de Oaxaca.

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