/ viernes 8 de marzo de 2019

Veracruz tipificó el delito de violencia obstétrica; no hay avance

La violencia obstétrica puede ser doble cuando la mujer embarazada es portadora de VIH, ello provoca que sea doblemente víctima

Xalapa, Ver.- Mary es una joven con diabetes que decidió embarazarse. Ese sólo hecho le provocó regaños, insultos y malos tratos de médicos y enfermeras que le recriminaba cómo era posible que se hubiera embarazado en esa condición.

Karina no recibió insultos, pero estando en un hospital público y aun sabiendo que tendrían que hacerle cesárea dado que su hija nacería de ocho meses, la tuvieron horas con dolores que le parecían interminables y para lo que no recibió ningún tipo de atención.

Rosa, una joven de escasos recursos, tuvo a su bebé en un hospital público también y el trato, y malas caras que recibió le parece normal, ella dice no haber sido víctima de ningún tipo de violencia.

Isabel no sabe qué es la violencia obstétrica, pero asegura que siempre fue tratada con respeto por parte de médicos y enfermeras, muchas más coincidieron con casos como el de ella.

Araceli González Saavedra, del colectivo Equifonía, señala que los casos de violencia obstétrica que se denuncian en Veracruz son casi inexistentes. Las usuarias que pasan por ello prefieren olvidarse de ese maltrato y seguir la vida al lado de sus bebés. Estima que a nivel nacional no se llega ni a las 100 denuncias.

Veracruz es el primer estado del país que tipificó el delito de violencia obstétrica desde 2012; sin embargo, al paso de los años el desconocimiento al respecto sigue permeando, el avance al respecto no existe.

Las penas contempladas van de tres a seis años de prisión y multa de hasta trescientos días de salario mínimo, no obstante, la integrante del colectivo Equifonía consideró que es muy complicado de configurar ese delito; precisó que como organización han intentado que un caso sea admitido como violencia obstétrica.

“Qué es lo que ocurrió, que las fallas de la atención la atribuyen en este caso a una médica pero no consideran que no pudo recibir a la paciente porque no había camas disponibles. No era un error en sí de la doctora, tenía que ver con la infraestructura insuficiente para la atención. Esto representa lo que ha ocurrido con este tipo penal, que lo puede generar es una criminalización del personal en lugar de una valoración de los servicios que está otorgando la institución”, señaló.

PARTERÍAS

La partería se ha promovido como una alternativa para la atención de la mayoría de los partos y atención humanizada a mujeres embarazadas. En Veracruz hay dos experiencias al respecto, una en Teocelo, con más de 20 años de experiencia y con un modelo diseñado por las propias experiencias de las enfermeras que ahí laboraban y una más reciente en Altotonga. Son las únicas dos que existen en todo el estado.

“Lo que se busca es eso, cuando se habla de parto humanizado, justo que los hospitales cuenten con una atención que responda a las necesidades de la usuaria, que en este caso considere cuáles son las costumbres o las creencias que hay, por ejemplo en comunidades indígenas para la atención de las mujeres embarazadas y esa es una estrategia que a nivel nacional se está impulsando”, añadió.

Lamentó que en Veracruz esas estrategias han funcionado a pesar, en muchos casos, de los secretarios de salud, “Hay una disminución drástica en México y tanto en la práctica pública como privada las cesáreas alcanzan en algunas zonas hasta el 60 por ciento de los partos, el 40 por ciento, cuando la Organización Mundial de la Salud establece que un indicado de un sistema de salud que atiende de manera adecuada la salud materna es menor al 16 por ciento. Es muchísimo más elevado lo que en muchos casos tiene que ver con la comodidad del personal de salud”, añadió.

MUJERES CON VIH

Patricia Ponce, del grupo Multisectorial en VIH-SIDA, aseveró que la violencia obstétrica puede ser doble cuando la mujer embarazada es portadora de VIH, ello provoca que sea doblemente víctima.

“Llegan las mujeres, las regañan porque están embarazadas aunque estén en tratamiento; aunque estén en tratamiento las obligan a partir vaginalmente en lugar de programarles una cesárea, las insultan. ‘No te diste cuenta que estabas preñada, hasta las perras se dan cuenta cuando menstrúan, no te vamos a hacer la césares porque de cualquier modo te vas a morir y tu hijo va a nacer sidoso´, ese es el nivel de trato que se les da”, añadió.

La Comisión Estatal de Derechos Humanos ha recibido de 2016 a 2018 apenas 29 quejas por violencia obstétrica; nueve en 2016, 10 en 2017 y otras 10 en 2018, de ese total se emitieron un total de nueve recomendaciones, todas a la Secretaría de Salud del Estado de Veracruz.

REPARTEN A MUJERES SILBATOS DE ALERTA

Para llamar la atención de las autoridades acerca de la violencia de género, Mónica Claudia Casados, secretaria de Igualdad de Género del Comité Estatal del Partido de la Revolución Democrática, repartió silbatos de alerta a varias mujeres de todas las edades en el Parque Juárez. Indicó que la acción se realizó a un día de conmemorar el Día Internacional de la Mujer.

En el parque Juárez fueron repartidos los silbatos a mujeres que pasaban. | Fotografía: David Bello


“Es un día en el cual debemos reconocer el aporte que las mujeres han hecho a la vida social, política y cultural de la sociedad, pero también es un día para no olvidar que existen aun desigualdades y que es necesario seguir trabajando para que desaparezcan”, dijo.

Indicó que se sabe bien que un silbato no evitará que la violencia se acabe, pero que es una pequeña acción para fomentar entre las mujeres una cultura de autoprotección. “Con esta acción lo que deseamos es llamar la atención de las autoridades y poner de relieve que la violencia en contra de las mujeres es muy grave en el estado de Veracruz. En lo que va de la nueva administración, se tiene el registro de que hay 47 asesinatos de mujeres que Veracruz tiene el primer lugar en feminicidios”, refirió.

Expresó que no se exime de responsabilidad al gobierno porque es el que debe brindar seguridad a las mujeres y en general a toda la población, y que ante dos alertas de violencia de género aún nada se ha hecho. “Es muy lamentable que a tres meses de iniciada la nueva administración no tengamos una estrategia implementada y ejecutada para evitar más casos de violencia contra mujeres”, aseveró.

ALEJANDRA CUENTA SU HISTORIA

“Llegó un momento, cuando estaba en el suelo tirada, en el que pensé que me iba a matar de un mal golpe. Sabía que si no salía de esa relación me iba a matar. Yo lo tenía bien claro: con él mi vida corría peligro”, asegura Alejandra quien durante casi cinco años sufrió violencia en el noviazgo.

Viviendo en Veracruz, donde del primero de enero al 30 de noviembre del año pasado fueron asesinadas 380 mujeres, Alejandra se considera hoy una “sobreviviente” por estar viva a pesar de los golpes recibidos por su expareja, José, un joven universitario de su misma edad. “Llegó a ponerme una navaja en el cuello, a golpearme brutalmente o a dejarme encerrada en su departamento, ubicado en un quinto piso y decirme que si quería salir me aventara del balcón. En todas esas ocasiones pensé en que iba a morir”.


Proveniente de una familia en la que nunca hubo violencia y con una formación universitaria enfocada en los derechos humanos, Alejandra, de 28 años, no entiende cómo pudo estar más de cinco años en un noviazgo con un hombre que ejerció sobre ella varios tipos de violencia. Reconoció que hubo ocasiones en las que se avergonzaba de estar en “un círculo vicioso” a pesar de su pensamiento feminista y de contar con una red de apoyo de mujeres que en todo momento la acompañaron.

“Mucho se piensa que la violencia la sufren mujeres en condiciones precarias, de pobreza y no, la violencia es un aspecto infiltrado en todos los ámbitos de la vida de las mujeres, tanto las que viven en zonas rurales en situación de pobreza como en las académicas que tienen puestos mayores”, refirió.

En entrevista, asegura que aún tiene secuelas físicas y psicológicas del horror que vivió junto a un hombre que comenzó con manifestaciones sutiles de violencia y que terminó con una golpiza que la dejó ensangrentada y sin un diente. Sin embargo, ahora la joven trabaja para ayudar a otras mujeres que como ella no se han dado cuenta o les cuesta reconocer que viven violencia de manos de sus parejas, ya sea novios o esposos, esto a través del colectivo feminista “Akelarre”.

Alejandra destacó que las redes de apoyo que mujeres tendieron a su alrededor salvaron su vida. Por ello está convencida de que todas aquellas que han sido víctima de violencia necesitan de los procesos y espacios seguros para poder salir del maltrato en cualquiera de sus formas. “Para mí el sentirme acompañada, no juzgada, cuidada y segura fue fundamental para salir de ese hoyo”.

VIOLENCIA ESCALÓ DE A POCO

Originaria de Xalapa, Alejandra asegura que creció al lado de su padre y su hermano en una familia en la que, pese a no ser convencional, nunca hubo violencia de ningún tipo. Criada en la igualdad y con interés particular en los Derechos Humanos y de las mujeres, la joven comenzó a estudiar Sociología en la Universidad Veracruzana. Ahí conoció a un joven con quien inició una relación en 2013, cuando tenía 23 años.

“Nosotros comenzamos la relación en 2013 y durante los dos primeros años era un noviazgo casi normal porque sí empecé a notar algunos indicios sutiles de violencia (…) eran cosas simples como comentarios sobre mi forma de vestir, sobre mis amistades o incluso acciones como ir por mí a todos lados”, dijo.

Aseguró que, para ella, estas manifestaciones eran “controlables” e incluso llegó a pensar que los celos que él sentía tenían su origen en sus inseguridades físicas.

Sin embargo, una noche, una diferencia de opiniones en un trabajo escolar acabó en una pelea en la que José le rompió su celular y le dio el primer golpe. “Toda esa madrugada fue un infierno para mí porque fue la primera vez que, según él, por accidente, me pegó en la nariz y me sacó sangre. Ahí tomé la decisión de dejarlo, pero después me pidió perdón y regresamos”.

Para la joven, su principal error fue el aislarse de las redes de apoyo que tenía en su familia y sus amigas, ya que esto contribuyó a que no tuviera con quien compartir el incremento de la violencia física y psicológica que vivió con su novio. “Yo empecé a aislarme de todos, a tener crisis de ansiedad, a dudar de mis capacidades y sobre todo a pensar que sólo lo tenía a él. Fue una crisis muy fuerte en la que hubo daños colaterales con mi familia, con mis amigos e incluso en la escuela al grado de que perdí la beca que tenía”.

Destacó que la violencia física se “normaliza” tanto que los golpes se dieron en todos los momentos de su vida y en todos los lugares a los que iban juntos. La joven reconoce que incluso, aunque se independizó de su familia y comenzó a vivir sola, su casa nunca fue un lugar seguro, ya que él iba a visitarla y ahí también la golpeaba. “Él me pegaba, me arrastraba, e incluso, una vez, llegué a estar desmayada y aún así siguió pegándome. Cuando estaba con él en su departamento me repetía que no servía para nada y que mejor me tirara del quinto piso en el que vivía. Y si, llegué a pensar en el suicidio”, reconoció.

SALIR DEL CÍRCULO

En septiembre de 2016 ocurrió el episodio de violencia más fuerte de la vida de Alejandra cuando acudió a casa de José a anunciarle que lo iba a dejar. La joven explica que por precaución decidió no entrar a su casa y hablar con él en la calle; sin embargo, en un arranque de violencia, él le robó su celular y corrió a encerrarse.

“Desde su casa me gritaba ‘zorra’, ‘fácil’ y ‘puta’, que eran palabras que siempre me dijo mientras estábamos juntos. Y junto con una vecina subí al edificio para recuperar mi teléfono y es ahí cuando me jala y me dice que leyó mis mensajes y se dio cuenta que yo me había acostado con alguien más”, narró.

La joven fue atacada a puño cerrado en el pasillo de la unidad habitacional al grado de romperle la boca y tirarle un diente. Al notar el daño, su expareja le dijo: “ya te chingué”, y la dejó lesionada e indefensa.

“La señora que me acompañó tenía más de 70 años y no pudo intervenir. Fue un dolor muy grande porque las personas que pasaban por ahí me decía que yo me lo había ganado por ir a buscarlo, y que yo ya sabía cómo era él. Fue muy difícil en ese momento verme en esa posición”.

La joven universitaria dio a conocer que, aunque interpuso una demanda ese mismo día ante las autoridades competentes, a más de dos años de ese momento la demanda no ha prosperado, e incluso, el agresor aún no ha sido llamado para declarar.

Después de ese episodio, Alejandra regresó con su expareja y durante un año más luchó por salir de la relación más destructiva que había tenido en su vida. Aunque recibió varios golpes más, por fin logró separarse completamente de él e iniciar una nueva relación.

“Yo le dije muchas veces que me dejara, pero fue hasta que mi actual pareja habló con él y le prohibió acercarse a mí que me dejó por fin en paz. Desgraciadamente el sistema patriarcal es así”, agregó.

Hoy Alejandra continúa con su activismo a favor de los derechos de las mujeres y ayudando a jóvenes a detectar y detener cualquier tipo de violencia. Con el Colectivo Akelarre A. C. ha podido compartir su caso y eso le ha ayudado a sobrellevar las secuelas que le dejó la relación destructiva.

“Tuve tratamiento dental, comencé a perder el miedo a hablar, tuve que hacer terapia y comencé a dejar atrás la culpa y la vergüenza. Hoy tengo una relación igualitaria, con acuerdos mutuos y sobre todo de cero violencia. Tenemos amor y respeto entre los dos y puedo decirte que ya desperté de esa pesadilla”, concluyó.

Xalapa, Ver.- Mary es una joven con diabetes que decidió embarazarse. Ese sólo hecho le provocó regaños, insultos y malos tratos de médicos y enfermeras que le recriminaba cómo era posible que se hubiera embarazado en esa condición.

Karina no recibió insultos, pero estando en un hospital público y aun sabiendo que tendrían que hacerle cesárea dado que su hija nacería de ocho meses, la tuvieron horas con dolores que le parecían interminables y para lo que no recibió ningún tipo de atención.

Rosa, una joven de escasos recursos, tuvo a su bebé en un hospital público también y el trato, y malas caras que recibió le parece normal, ella dice no haber sido víctima de ningún tipo de violencia.

Isabel no sabe qué es la violencia obstétrica, pero asegura que siempre fue tratada con respeto por parte de médicos y enfermeras, muchas más coincidieron con casos como el de ella.

Araceli González Saavedra, del colectivo Equifonía, señala que los casos de violencia obstétrica que se denuncian en Veracruz son casi inexistentes. Las usuarias que pasan por ello prefieren olvidarse de ese maltrato y seguir la vida al lado de sus bebés. Estima que a nivel nacional no se llega ni a las 100 denuncias.

Veracruz es el primer estado del país que tipificó el delito de violencia obstétrica desde 2012; sin embargo, al paso de los años el desconocimiento al respecto sigue permeando, el avance al respecto no existe.

Las penas contempladas van de tres a seis años de prisión y multa de hasta trescientos días de salario mínimo, no obstante, la integrante del colectivo Equifonía consideró que es muy complicado de configurar ese delito; precisó que como organización han intentado que un caso sea admitido como violencia obstétrica.

“Qué es lo que ocurrió, que las fallas de la atención la atribuyen en este caso a una médica pero no consideran que no pudo recibir a la paciente porque no había camas disponibles. No era un error en sí de la doctora, tenía que ver con la infraestructura insuficiente para la atención. Esto representa lo que ha ocurrido con este tipo penal, que lo puede generar es una criminalización del personal en lugar de una valoración de los servicios que está otorgando la institución”, señaló.

PARTERÍAS

La partería se ha promovido como una alternativa para la atención de la mayoría de los partos y atención humanizada a mujeres embarazadas. En Veracruz hay dos experiencias al respecto, una en Teocelo, con más de 20 años de experiencia y con un modelo diseñado por las propias experiencias de las enfermeras que ahí laboraban y una más reciente en Altotonga. Son las únicas dos que existen en todo el estado.

“Lo que se busca es eso, cuando se habla de parto humanizado, justo que los hospitales cuenten con una atención que responda a las necesidades de la usuaria, que en este caso considere cuáles son las costumbres o las creencias que hay, por ejemplo en comunidades indígenas para la atención de las mujeres embarazadas y esa es una estrategia que a nivel nacional se está impulsando”, añadió.

Lamentó que en Veracruz esas estrategias han funcionado a pesar, en muchos casos, de los secretarios de salud, “Hay una disminución drástica en México y tanto en la práctica pública como privada las cesáreas alcanzan en algunas zonas hasta el 60 por ciento de los partos, el 40 por ciento, cuando la Organización Mundial de la Salud establece que un indicado de un sistema de salud que atiende de manera adecuada la salud materna es menor al 16 por ciento. Es muchísimo más elevado lo que en muchos casos tiene que ver con la comodidad del personal de salud”, añadió.

MUJERES CON VIH

Patricia Ponce, del grupo Multisectorial en VIH-SIDA, aseveró que la violencia obstétrica puede ser doble cuando la mujer embarazada es portadora de VIH, ello provoca que sea doblemente víctima.

“Llegan las mujeres, las regañan porque están embarazadas aunque estén en tratamiento; aunque estén en tratamiento las obligan a partir vaginalmente en lugar de programarles una cesárea, las insultan. ‘No te diste cuenta que estabas preñada, hasta las perras se dan cuenta cuando menstrúan, no te vamos a hacer la césares porque de cualquier modo te vas a morir y tu hijo va a nacer sidoso´, ese es el nivel de trato que se les da”, añadió.

La Comisión Estatal de Derechos Humanos ha recibido de 2016 a 2018 apenas 29 quejas por violencia obstétrica; nueve en 2016, 10 en 2017 y otras 10 en 2018, de ese total se emitieron un total de nueve recomendaciones, todas a la Secretaría de Salud del Estado de Veracruz.

REPARTEN A MUJERES SILBATOS DE ALERTA

Para llamar la atención de las autoridades acerca de la violencia de género, Mónica Claudia Casados, secretaria de Igualdad de Género del Comité Estatal del Partido de la Revolución Democrática, repartió silbatos de alerta a varias mujeres de todas las edades en el Parque Juárez. Indicó que la acción se realizó a un día de conmemorar el Día Internacional de la Mujer.

En el parque Juárez fueron repartidos los silbatos a mujeres que pasaban. | Fotografía: David Bello


“Es un día en el cual debemos reconocer el aporte que las mujeres han hecho a la vida social, política y cultural de la sociedad, pero también es un día para no olvidar que existen aun desigualdades y que es necesario seguir trabajando para que desaparezcan”, dijo.

Indicó que se sabe bien que un silbato no evitará que la violencia se acabe, pero que es una pequeña acción para fomentar entre las mujeres una cultura de autoprotección. “Con esta acción lo que deseamos es llamar la atención de las autoridades y poner de relieve que la violencia en contra de las mujeres es muy grave en el estado de Veracruz. En lo que va de la nueva administración, se tiene el registro de que hay 47 asesinatos de mujeres que Veracruz tiene el primer lugar en feminicidios”, refirió.

Expresó que no se exime de responsabilidad al gobierno porque es el que debe brindar seguridad a las mujeres y en general a toda la población, y que ante dos alertas de violencia de género aún nada se ha hecho. “Es muy lamentable que a tres meses de iniciada la nueva administración no tengamos una estrategia implementada y ejecutada para evitar más casos de violencia contra mujeres”, aseveró.

ALEJANDRA CUENTA SU HISTORIA

“Llegó un momento, cuando estaba en el suelo tirada, en el que pensé que me iba a matar de un mal golpe. Sabía que si no salía de esa relación me iba a matar. Yo lo tenía bien claro: con él mi vida corría peligro”, asegura Alejandra quien durante casi cinco años sufrió violencia en el noviazgo.

Viviendo en Veracruz, donde del primero de enero al 30 de noviembre del año pasado fueron asesinadas 380 mujeres, Alejandra se considera hoy una “sobreviviente” por estar viva a pesar de los golpes recibidos por su expareja, José, un joven universitario de su misma edad. “Llegó a ponerme una navaja en el cuello, a golpearme brutalmente o a dejarme encerrada en su departamento, ubicado en un quinto piso y decirme que si quería salir me aventara del balcón. En todas esas ocasiones pensé en que iba a morir”.


Proveniente de una familia en la que nunca hubo violencia y con una formación universitaria enfocada en los derechos humanos, Alejandra, de 28 años, no entiende cómo pudo estar más de cinco años en un noviazgo con un hombre que ejerció sobre ella varios tipos de violencia. Reconoció que hubo ocasiones en las que se avergonzaba de estar en “un círculo vicioso” a pesar de su pensamiento feminista y de contar con una red de apoyo de mujeres que en todo momento la acompañaron.

“Mucho se piensa que la violencia la sufren mujeres en condiciones precarias, de pobreza y no, la violencia es un aspecto infiltrado en todos los ámbitos de la vida de las mujeres, tanto las que viven en zonas rurales en situación de pobreza como en las académicas que tienen puestos mayores”, refirió.

En entrevista, asegura que aún tiene secuelas físicas y psicológicas del horror que vivió junto a un hombre que comenzó con manifestaciones sutiles de violencia y que terminó con una golpiza que la dejó ensangrentada y sin un diente. Sin embargo, ahora la joven trabaja para ayudar a otras mujeres que como ella no se han dado cuenta o les cuesta reconocer que viven violencia de manos de sus parejas, ya sea novios o esposos, esto a través del colectivo feminista “Akelarre”.

Alejandra destacó que las redes de apoyo que mujeres tendieron a su alrededor salvaron su vida. Por ello está convencida de que todas aquellas que han sido víctima de violencia necesitan de los procesos y espacios seguros para poder salir del maltrato en cualquiera de sus formas. “Para mí el sentirme acompañada, no juzgada, cuidada y segura fue fundamental para salir de ese hoyo”.

VIOLENCIA ESCALÓ DE A POCO

Originaria de Xalapa, Alejandra asegura que creció al lado de su padre y su hermano en una familia en la que, pese a no ser convencional, nunca hubo violencia de ningún tipo. Criada en la igualdad y con interés particular en los Derechos Humanos y de las mujeres, la joven comenzó a estudiar Sociología en la Universidad Veracruzana. Ahí conoció a un joven con quien inició una relación en 2013, cuando tenía 23 años.

“Nosotros comenzamos la relación en 2013 y durante los dos primeros años era un noviazgo casi normal porque sí empecé a notar algunos indicios sutiles de violencia (…) eran cosas simples como comentarios sobre mi forma de vestir, sobre mis amistades o incluso acciones como ir por mí a todos lados”, dijo.

Aseguró que, para ella, estas manifestaciones eran “controlables” e incluso llegó a pensar que los celos que él sentía tenían su origen en sus inseguridades físicas.

Sin embargo, una noche, una diferencia de opiniones en un trabajo escolar acabó en una pelea en la que José le rompió su celular y le dio el primer golpe. “Toda esa madrugada fue un infierno para mí porque fue la primera vez que, según él, por accidente, me pegó en la nariz y me sacó sangre. Ahí tomé la decisión de dejarlo, pero después me pidió perdón y regresamos”.

Para la joven, su principal error fue el aislarse de las redes de apoyo que tenía en su familia y sus amigas, ya que esto contribuyó a que no tuviera con quien compartir el incremento de la violencia física y psicológica que vivió con su novio. “Yo empecé a aislarme de todos, a tener crisis de ansiedad, a dudar de mis capacidades y sobre todo a pensar que sólo lo tenía a él. Fue una crisis muy fuerte en la que hubo daños colaterales con mi familia, con mis amigos e incluso en la escuela al grado de que perdí la beca que tenía”.

Destacó que la violencia física se “normaliza” tanto que los golpes se dieron en todos los momentos de su vida y en todos los lugares a los que iban juntos. La joven reconoce que incluso, aunque se independizó de su familia y comenzó a vivir sola, su casa nunca fue un lugar seguro, ya que él iba a visitarla y ahí también la golpeaba. “Él me pegaba, me arrastraba, e incluso, una vez, llegué a estar desmayada y aún así siguió pegándome. Cuando estaba con él en su departamento me repetía que no servía para nada y que mejor me tirara del quinto piso en el que vivía. Y si, llegué a pensar en el suicidio”, reconoció.

SALIR DEL CÍRCULO

En septiembre de 2016 ocurrió el episodio de violencia más fuerte de la vida de Alejandra cuando acudió a casa de José a anunciarle que lo iba a dejar. La joven explica que por precaución decidió no entrar a su casa y hablar con él en la calle; sin embargo, en un arranque de violencia, él le robó su celular y corrió a encerrarse.

“Desde su casa me gritaba ‘zorra’, ‘fácil’ y ‘puta’, que eran palabras que siempre me dijo mientras estábamos juntos. Y junto con una vecina subí al edificio para recuperar mi teléfono y es ahí cuando me jala y me dice que leyó mis mensajes y se dio cuenta que yo me había acostado con alguien más”, narró.

La joven fue atacada a puño cerrado en el pasillo de la unidad habitacional al grado de romperle la boca y tirarle un diente. Al notar el daño, su expareja le dijo: “ya te chingué”, y la dejó lesionada e indefensa.

“La señora que me acompañó tenía más de 70 años y no pudo intervenir. Fue un dolor muy grande porque las personas que pasaban por ahí me decía que yo me lo había ganado por ir a buscarlo, y que yo ya sabía cómo era él. Fue muy difícil en ese momento verme en esa posición”.

La joven universitaria dio a conocer que, aunque interpuso una demanda ese mismo día ante las autoridades competentes, a más de dos años de ese momento la demanda no ha prosperado, e incluso, el agresor aún no ha sido llamado para declarar.

Después de ese episodio, Alejandra regresó con su expareja y durante un año más luchó por salir de la relación más destructiva que había tenido en su vida. Aunque recibió varios golpes más, por fin logró separarse completamente de él e iniciar una nueva relación.

“Yo le dije muchas veces que me dejara, pero fue hasta que mi actual pareja habló con él y le prohibió acercarse a mí que me dejó por fin en paz. Desgraciadamente el sistema patriarcal es así”, agregó.

Hoy Alejandra continúa con su activismo a favor de los derechos de las mujeres y ayudando a jóvenes a detectar y detener cualquier tipo de violencia. Con el Colectivo Akelarre A. C. ha podido compartir su caso y eso le ha ayudado a sobrellevar las secuelas que le dejó la relación destructiva.

“Tuve tratamiento dental, comencé a perder el miedo a hablar, tuve que hacer terapia y comencé a dejar atrás la culpa y la vergüenza. Hoy tengo una relación igualitaria, con acuerdos mutuos y sobre todo de cero violencia. Tenemos amor y respeto entre los dos y puedo decirte que ya desperté de esa pesadilla”, concluyó.

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