/ miércoles 8 de noviembre de 2017

Así vivió Rubén Ramírez, el mexicano condenado a muerte, las últimas horas con su familia

La madre, hermanos e hijos de Rubén Ramírez Cardenas se despidieron hoy en una visita de cuatro horas

Irapuato, Gto.- Las últimas 18 horas antes de su muerte, Rubén Ramírez Cárdenas no durmió.

“No dormiste, ¿verdad?”, le inquirió su madre, Sanjuana Cárdenas, al irapuatense, quien durante 19 años fue el prisionero 999275 de la Unidad Allan B. Polunsky, de Livingston, Texas, y a la cual conocen como “el pabellón de la muerte”. Rubén no le respondió a su madre.

Cuatro horas duró la última visita que Rubén Ramírez Cárdenas recibió de sus familiares en la Unidad Allan B. Polunsky, antes de ser llevado a la llamada “cámara de la muerte”, la Unidad Walls, de Hunstville, Texas.

Era un cuarto blanco que tenía un letrero que pedía evitar el contacto físico con los reos.

En ese último miércoles para Rubén estuvieron con él tres de sus 12 hermanos que aún viven, porque en total fueron 20; estuvo su madre Sanjuana Cárdenas, pues ese había sido el último deseo del irapuatense: ver a su madre todos los días antes de la fecha de su ejecución.

Estuvieron con él también sus dos hijos gemelos, esos que tenían siete años cuando Rubén fue apresado por haber sido acusado de haber secuestrado, violado y matado a su prima Mayra Azucena Laguna; hoy sus dos hijos tienen 27 años y en las dos últimas décadas poco convivieron con su padre; una de las ausentes en el último día de su vida fue su esposa, quien desde que comenzó todo el caso se alejó completamente de Rubén.

Los propios familiares de Rubén cuentan que ella nunca le perdonó esta situación de lo que lo acusaban, la haya hecho o no.

Los últimos tres días, Sanjuana Cárdenas recorrió un trayecto de aproximadamente 50 minutos desde Houston hasta Livingston para ver a su hijo.El de este miércoles no fue la excepción.

Rubén estuvo por espacio de cuatro horas con su “manzanita”, como le llamaba a su madre. Hablaron de todo y lloraron.

Durante los últimos días han circulado algunas de las pocas imágenes que hay de Rubén en sitios de internet, noticiarios y periódicos, pero Rubén no luce así como ese hombre regordete de las imágenes: pesa 65 kilogramos, sus manos son más delgadas de los que su complexión pensaría que fueran y el vitiligo que padece se manifestó con mayor presencia en varias partes de su cuerpo.

Los últimos años de Rubén fueron de sufrir un padecimiento renal que apenas lo dejaba moverse. Ya no podía escribir, como lo hacía frecuentemente en el intercambio epistolar con amigos, como la periodista irapuatense Maricela Luna. Para escribir o dibujar usaba acuarelas; en las últimas 48 horas antes de su muerte, Rubén no escribió ni dibujó.

Tampoco escuchó el radio como habitualmente lo hacía para no desconectarse del mundo exterior. No leyó las revistas o periódicos que le acercaban pastores religiosos y donde a través de ellos pudo enterarse que había Facebook, Twitter e Instagram donde la gente del exterior se comunicaba.“Si no leo, me vuelvo loco”, le dijo a Maricela Luna, quien lo visitó el pasado 28 de octubre, el día de San Judas Tadeo, ese santo al que Rubén no podrá cumplirle la manda que le prometió si le cumplía el milagro de que le conmutaran su sentencia.

 

Alrededor de las 12:35 del mediodía de este miércoles, Rubén Ramírez Cárdenas dejó la Unidad Allan B. Polunsky para ser llevado a la “cámara de la muerte”, la Unidad Walls, de Huntsville, Texas, lugar donde en los últimos años el gobierno texano ha llevado a cabo las ejecuciones de los presos.

La Unidad Allan B. Polunsky, donde vivió Rubén Ramírez Cárdenas, en ningún momento fue su segundo hogar, aunque sí fue el lugar donde la esperanza de Rubén revoloteó en varias ocasiones en el aire; fue ese lugar donde negó hasta el último día ser él quien secuestró, violó y mató a su prima Mayra Azucena Laguna el 22 de septiembre de 1997.

En ese lugar, Rubén no tuvo acceso a una última cena y que él había pedido que fueran hamburguesas de Whataburger, las cuales comió casi desde que llegó a Estados Unidos cuando era apenas un niño.Tampoco pudo volver a comer las fresas con crema que extrañaba de Irapuato o los mariscos que desde hace dos décadas no ha comido.

En el “pabellón de la muerte”, donde aguardan 304 personas en espera de su sentencia, Rubén con su número de prisionero 999275, llegó para colgarse otros dos números que entraron en vigencia este miércoles ocho de noviembre, a partir de las seis de la tarde: el de ser el mexicano número 11 en ser ejecutado en Estados Unidos y el el número 10 en Texas.

/amg

Irapuato, Gto.- Las últimas 18 horas antes de su muerte, Rubén Ramírez Cárdenas no durmió.

“No dormiste, ¿verdad?”, le inquirió su madre, Sanjuana Cárdenas, al irapuatense, quien durante 19 años fue el prisionero 999275 de la Unidad Allan B. Polunsky, de Livingston, Texas, y a la cual conocen como “el pabellón de la muerte”. Rubén no le respondió a su madre.

Cuatro horas duró la última visita que Rubén Ramírez Cárdenas recibió de sus familiares en la Unidad Allan B. Polunsky, antes de ser llevado a la llamada “cámara de la muerte”, la Unidad Walls, de Hunstville, Texas.

Era un cuarto blanco que tenía un letrero que pedía evitar el contacto físico con los reos.

En ese último miércoles para Rubén estuvieron con él tres de sus 12 hermanos que aún viven, porque en total fueron 20; estuvo su madre Sanjuana Cárdenas, pues ese había sido el último deseo del irapuatense: ver a su madre todos los días antes de la fecha de su ejecución.

Estuvieron con él también sus dos hijos gemelos, esos que tenían siete años cuando Rubén fue apresado por haber sido acusado de haber secuestrado, violado y matado a su prima Mayra Azucena Laguna; hoy sus dos hijos tienen 27 años y en las dos últimas décadas poco convivieron con su padre; una de las ausentes en el último día de su vida fue su esposa, quien desde que comenzó todo el caso se alejó completamente de Rubén.

Los propios familiares de Rubén cuentan que ella nunca le perdonó esta situación de lo que lo acusaban, la haya hecho o no.

Los últimos tres días, Sanjuana Cárdenas recorrió un trayecto de aproximadamente 50 minutos desde Houston hasta Livingston para ver a su hijo.El de este miércoles no fue la excepción.

Rubén estuvo por espacio de cuatro horas con su “manzanita”, como le llamaba a su madre. Hablaron de todo y lloraron.

Durante los últimos días han circulado algunas de las pocas imágenes que hay de Rubén en sitios de internet, noticiarios y periódicos, pero Rubén no luce así como ese hombre regordete de las imágenes: pesa 65 kilogramos, sus manos son más delgadas de los que su complexión pensaría que fueran y el vitiligo que padece se manifestó con mayor presencia en varias partes de su cuerpo.

Los últimos años de Rubén fueron de sufrir un padecimiento renal que apenas lo dejaba moverse. Ya no podía escribir, como lo hacía frecuentemente en el intercambio epistolar con amigos, como la periodista irapuatense Maricela Luna. Para escribir o dibujar usaba acuarelas; en las últimas 48 horas antes de su muerte, Rubén no escribió ni dibujó.

Tampoco escuchó el radio como habitualmente lo hacía para no desconectarse del mundo exterior. No leyó las revistas o periódicos que le acercaban pastores religiosos y donde a través de ellos pudo enterarse que había Facebook, Twitter e Instagram donde la gente del exterior se comunicaba.“Si no leo, me vuelvo loco”, le dijo a Maricela Luna, quien lo visitó el pasado 28 de octubre, el día de San Judas Tadeo, ese santo al que Rubén no podrá cumplirle la manda que le prometió si le cumplía el milagro de que le conmutaran su sentencia.

 

Alrededor de las 12:35 del mediodía de este miércoles, Rubén Ramírez Cárdenas dejó la Unidad Allan B. Polunsky para ser llevado a la “cámara de la muerte”, la Unidad Walls, de Huntsville, Texas, lugar donde en los últimos años el gobierno texano ha llevado a cabo las ejecuciones de los presos.

La Unidad Allan B. Polunsky, donde vivió Rubén Ramírez Cárdenas, en ningún momento fue su segundo hogar, aunque sí fue el lugar donde la esperanza de Rubén revoloteó en varias ocasiones en el aire; fue ese lugar donde negó hasta el último día ser él quien secuestró, violó y mató a su prima Mayra Azucena Laguna el 22 de septiembre de 1997.

En ese lugar, Rubén no tuvo acceso a una última cena y que él había pedido que fueran hamburguesas de Whataburger, las cuales comió casi desde que llegó a Estados Unidos cuando era apenas un niño.Tampoco pudo volver a comer las fresas con crema que extrañaba de Irapuato o los mariscos que desde hace dos décadas no ha comido.

En el “pabellón de la muerte”, donde aguardan 304 personas en espera de su sentencia, Rubén con su número de prisionero 999275, llegó para colgarse otros dos números que entraron en vigencia este miércoles ocho de noviembre, a partir de las seis de la tarde: el de ser el mexicano número 11 en ser ejecutado en Estados Unidos y el el número 10 en Texas.

/amg

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